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Relato escrito por Pinaroth. Hilo original aquí.



Lo había logrado.

Todas sus aspiraciones habían sido cumplidas. Tenía más oro del que gastaría nunca. Había soltado todas las carcajadas que le quedaban en el cuerpo. La gente lo recordaría (no se sabe si por sus inventos, sus números, o por su facilidad de hacer mosquear a la gente), o al menos así lo creía. Había encontrado una chica que lo quería, y le había bendecido con descendencia. Realmente pocas cosas le quedaban por hacer a Jacklovicus Thompson en la vida. Bueno, aún faltaba una. Salir de la jaula en la que lo mantenían preso.

Todo sucedió tan deprisa que casi ni se acordaba de cada paso. Al parecer, había aparecido un demente de pelo oscuro afirmando ser también Jack, el cual había convencido al resto para que se aliasen contra el pobre ingeniero. ¡Pero qué tontería es esa, Jack sólo podía ser él! Alargó el brazo por los barrotes de la celda, solo para comprobar que la prisión mágica seguía haciendo efecto, y en efecto así era. Volvió a contraer la mano para pasarla por sus rubios cabellos. ¿Acaso no se daban cuenta de que Jack era rubio? ¿Por qué hacían caso a ese moreno?

Sin embargo, la suerte le seguía sonriendo. Al juzgar por los gritos que sonaban en la habitación de arriba, su hermano ya había descubierto a ese impostor. Lo que no se esperaba era que su hermano descubriera que el rubio tampoco era el verdadero Jacklovicus. Un engaño en toda regla. Hacía ya tiempo que el heredero de los Thompson había pasado a la otra vida, y nadie se había dado cuenta. Nunca se le olvidaría como el Culto a la Araña le había sacrificado a la diosa por molestar a la Gran Mente.

Su hermano bajó las escaleras junto a aquel mago y aquel paladín. Notó que su tiempo de juego se había acabado. Y rió. Rió sin parar, a sabiendas de que la muerte iba a visitarlo pronto.

- Ha sido divertido. ¡Me iré riendo!- dijo el impostor rubio, soltando una estridente risa aristocrática.

Había oído que los que están a punto de morir recuerdan toda su vida. Y así fue: se vio riendo y riendo, en diferentes lugares y momentos, siempre con la risa que tanto le había caracterizado. No pudo evadir el hecho de que en sus recuerdos, la mayoría de las risas se producían cerca de su querida Mavira. Eso sí que iba a echarlo de menos. En fin, la vida seguía. O no, pero bueno, seguro que la muerte tampoco estaba tan mal.

Un pensamiento fugaz recorrió su cabeza: se imaginó corriendo por unas montañas heladas en total libertad. "¿Te gustaría ir allí, verdad?" - dijo una de las voces de su cabeza. Cosas de la esquizofrenia, seguro. Y Jack lo interpretó como que esa sería su muerte. Vagando por una montaña nevada, corriendo en libertad.

- La acepto. - dijo el ilusionista rubio, al tiempo que el paladín extendía la mano para purgar su alma.

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