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Relato de Siandra[]

Siandra se apartó el mechón de pelo que le tapaba los ojos. Notaba todo el cuerpo empapado en sudor, debido al sobreesfuerzo que estaba realizando para seguir invocando a la Luz y mantener con vida a varios soldados que yacían a sus pies.

Desde que había llegado días antes a las Tierras Devastadas, junto a un destacamento de la Alianza liderado por el Vindicador Maraad, no había tenido ni un segundo para respirar. Al parecer un pequeño ejército de orcos había cruzado y tomado el Portal Oscuro, portando lo que parecían ser armas de asedio y habían atacado los puestos que la Alianza y la Horda tenían en la zona. Lo que más inquietaba a Siandra es que eran orcos de piel marrón. Incontables orcos de piel marrón.

-¿Mag’har?, ¿puede ser? –negó con la cabeza- Pero solo eran un pequeño poblado de Nagrand y Península del Fuego Infernal. No pueden haber formado un ejército tan numeroso en tan poco tiempo.

Aunque fueran el pueblo de Garrosh y pudiesen querer buscar venganza, no habrían sido capaces de “progresar” tanto en tan pocos años. Ni en número ni en tecnología. Y que corriesen rumores de que el Portal Oscuro se había vuelto de color rojo poco antes de que surgiera esta amenaza no ayudaba a disipar toda la confusión que reinaba.

-Que la Luz purifique tu cuerpo y sane tus heridas –canalizó todo el poder sagrado del que fue capaz de hacer acopio hacia el cuerpo del soldado que estaba atendiendo.

No fue suficiente, las fuerzas ya le fallaban y su concentración se estaba viendo afectada por ello. Empezaba a notar las rodillas en carne viva tras tanto rato arrodillada en aquel suelo rocoso intentando remendar a aquellos valientes luchadores.

Respiró hondo y se colocó de pie lentamente mientras otro sacerdote la ayudaba para ocupar su sitio. Se apartó del lugar y empezó a buscar con la mirada, a los pocos segundos encontró a una draenei que estaba subida a una roca y lanzaba flechas con su arco casi sin parar, intentando abatir a tantos de aquellos orcos como le fuera posible.

-¡Lisella! –la llamó.

La draenei lanzó dos flechas seguidas antes de bajar de la roca de un salto y correr hasta donde estaba ella.

-¿Cuál es la situación? –le preguntó la humana.

-Parrrecen tenerrr rrrefuerrrzos inagotables –respondió la cazadora con marcado acento –Abatimos a todos los que se acerrrcan, perrro siguen llegando más.

Siandra asintió con rostro preocupado.

-Hay que reunir a la Quinta Columna, la Alianza necesita aquí a todos los efectivos disponibles –la sacerdotisa hizo un gesto con el brazo como abarcando toda la zona-Regresa a Ventormenta, dirígete a la torre de magos y pide que le envíen un mensaje a Arnos en Dalaran, quiero que él y Winifred se teletransporten aquí lo antes posible. También localiza a Ismay, reside a las afueras de la ciudad, cerca de la zona donde se han asentado los pandaren. Dile que se la necesita aquí para ayudar a sanar a los heridos.

La draenei asintió y sin decir nada empezó a prepararse para realizar el viaje en el menor tiempo posible.

Siandra miró a su alrededor y luego fijó la vista en los cañones de los orcos que se veían en la lejanía, aunque a pesar de su distancia su estruendo se escuchaba como si los tuviera al lado. Aun no comprendía lo que estaba pasando pero decidió que se tomaría un breve descanso para comer algo y recuperar las energías que pudiera y volvería a ocuparse de aquellos que llegasen del campo de batalla. Ya se había enfrentado antes a un ejército de orcos durante el asedio a Orgrimmar, no pensaba dejar que aquellos la amedrentaran.

Relato de Arnos[]

No podía negar que una de las cosas que más le gustaban de Dalaran era la cantidad de recursos que tenía a su disposición para resolver cualquier investigación que estuviera realizando. Sin embargo ahora mismo eso le servía de bien poco.

Arnos no era una rata de biblioteca, esa expresión definía mejor a su aprendiz, él disfrutaba con el trabajo de campo. Con la acción, el movimiento, la incertidumbre del siguiente día. Por eso se unió a la Alianza cuando hubo que viajar a Terrallende, al Kirin Tor cuando la amenaza resurgió en Rasganorte, a las fuerzas de Thrall cuando Alamuerte asedió el Reposo del Dragón y también se unió a las expediciones que viajaron hasta el misterioso continente de Pandaria. Simplemente era así, no podía estarse quieto.

Pero ahora no tenía elección, el libro que reposaba encima de su escritorio era un auténtico misterio en sí. Estaba encuadernado en cuero, era grueso y parecía bastante viejo. Lo frustrante era que no había ninguna inscripción en sus tapas y que estaba cerrado con una especie de candado mágico, emanaba una ligera aura de magia arcana. Había sido cerrado por un mago, de eso estaba seguro, pero no sabía ni quien, ni porqué.

Los magos con los que había contactado en Dalaran parecían tan perplejos como él, nadie había conseguido abrirlo, y los magos superiores parecían demasiado ocupados con otros asuntos como para ofrecerle ayuda inmediata. Aunque Arnos sospechaba que el resultado sería el mismo.

-Quizá debería llevarlo al próximo Concilio…

Negó con la cabeza y desechó la idea rápidamente. El último Concilio de Magos le había demostrado que no eran mas que un atajo de prepotentes y arrogantes, cuya verdadera preocupación era medirse el tamaño de sus bastones antes que llegar a un verdadero acuerdo de fraternidad y colaboración. Por lo que a él respectaba se podían ir al vacío abisal dando palmadas a lomos de un múrloc gigante.

Un destello de luz blanca a sus espaldas interrumpió sus pensamientos, al parecer alguien se acaba de teletransportar en sus aposentos.

-¡Arnos, noticias!

El mago no tuvo que girarse para saber quien era, pues su aguda voz de gnomo le delató.

-Pol, ¿cuántas veces tendré que repetirte que llames a la puerta en vez de teletransportarte en mi habitación sin mas? –preguntó retóricamente tras un suspiro de exasperación.

-¡Esto es urgente!, han llegado noticias desde Ventormenta. Está ocurriendo algo en las Tierras Desvastadas –el gnomo se acercó con pasitos rápidos hasta el escritorio donde estaba él y le dio unos golpecitos en la mano con un pergamino que llevaba doblado- Mira, mira, lee esto. Es una carta para ti.

Arnos cogió el pergamino que le tendía el gnomo, el cual cada día le sacaba más de quicio, y la leyó con rapidez. Era una carta de Lisella, una draenei compañera suya de la orden a la que pertenecían, al parecer todo un pequeño ejército de orcos de piel marrón habían cruzado el Portal Oscuro y atacado a las fuerzas de la Alianza y la Horda de la zona. También parecían dispuestos a apoderarse de todo el territorio que les fuera posible.

-¿Qué significa que el Portal Oscuro se ha vuelto… rojo? –preguntó el humano al gnomo.

Este se encogió de hombros.

-A mí no me mires, yo acabo de enterarme.

-¿Sabes por dónde anda mi aprendiz?

-Debe de estar en la biblioteca, como siempre.

Arnos se guardó la carta e inmediatamente recogió el petate que tenía apoyado a los pies de la cama, el cual siempre tenía listo para partir. Echó un vistazo al misterioso libro que estaba investigando y tras un segundo de duda lo guardó también en la mochila. Tendría que desvelar sus misterios en otra ocasión, lo que parecía estar ocurriendo en el Portal Oscuro lo atraía como las polillas se sienten atraídas por la luz.

-Pol, hazme un favor, avisa al mago Fanoraithe. Dile que Winifred y yo nos hemos ido a las Tierras Devastadas, parece ser que la Alianza necesita toda la ayuda disponible.

Salió de la habitación con la mochila al hombro, el bastón en la mano y sin esperar respuesta del gnomo.

Relato de Winyfred[]

Winifred se hallaba sumida en sus pensamientos. Si existía el paraíso, la joven aprendiz se hallaba en él: la biblioteca de Dalaran. Tenía varios libros abiertos sobre la mesa de diversa índole y un par flotando a su izquierda. A su derecha, por otra parte, una pluma escribía en un pergamino ingrávido lo que la muchacha le dictaba en silencio. Estaba absorbiendo la información que leía sobre diversos temas, pues le aburría centrarse en tan solo uno. Tan absorta se hallaba que no escuchó a su maestro llamarla a gritos desde el exterior de la estancia hasta que entró en ella.
—¡Fred!
La joven se sobresaltó, perdiendo toda su concentración mientras se ponía de pie casi de un salto. Los libros, el pergamino y la pluma fueron a parar al suelo sin que pudiera remediarlo.
—¿A qué viene tanto grito? —preguntó mientras recogía las cosas.
—Llevo media hora buscándote. Ha ocurrido algo y tenemos que irnos al Portal Oscuro, así que coge tus cosas. Te espero en el patio inferior.
Arnos dejó a su aprendiz con la palabra en la boca. Quería saber qué había sucedido antes de marcharse, pero estaba claro que se trataba de una urgencia. Recogió los libros rápidamente y, haciendo uso de sus dotes mágicas, los volvió a dejar en su sitio. Acto seguido, bajó corriendo la pétrea escalera de caracol para encontrarse de nuevo con su maestro.
—Prepárate, la zona no es segura.
—¿Me pondrás al día en algún momento? —quiso saber mientras le lanzaba una mirada que rogaba por tener información.
—En cuanto crucemos lo verás.

Cruzaron el portal que les llevaría a las Tierras Devastadas y tuvo que apartarse nada más llegar a su destino, pues un hombre con evidentes prisas casi choca con ella al pasar por su lado. Habían llegado a un campamento del que no tenía conocimiento, había heridos y en la lejanía podía escucharse el entrechocar del acero y un estruendoso disparo. No era un arma, o al menos no un arma que ella hubiera oído antes.
—¡Arnos!
Una joven de cabellos castaños se lanzó a los brazos de su maestro. No solo le incomodaba que Ismay hiciera eso cada vez que se veían, sino que también sentía algunos celos por no tener esa confianza con él. Aunque quisiera, era demasiado tímida.
—La situación es caótica. No paran de llegar refuerzos de la Horda de Hierro, hay muchos heridos pero Siandra y yo hacemos lo que podemos para curarlos. Ah, y Lisella ha partido para el Exodar a informar y... —Arnos tuvo que detener a la druida, quien al fin cogió aire tras haber soltado todo aquello como si le fuera la vida en ello.
Pareció darse cuenta de que Arnos iba acompañado de Winifred finalmente, pues la saludó con una sonrisa antes de volver a poner toda su atención en el mago. Todo cuanto él sabía de la situación era que unos orcos habían empezado a salir del Portal Oscuro con armas de asedio y que se habían hecho con el control de la zona, arrasando con todo cuanto encontraban a su paso. La joven aprendiz se sintió confusa. Al parecer, tanto ella como Siandra y Lisella —a quienes Winifred aún no conocía— habían sido reclutadas por un draenei de imponente aspecto, el Vindicador Maraad.
—Se hacen llamar la Horda de Hierro y no tienen relación alguna con la Horda "normal" —aclaró la joven. —Tienen el control del Portal y pretenden conquistar todo lo que encuentran.
—¿Hasta dónde han llegado?
—Los rumores indican que hasta la montaña Roca Negra.
Winifred escuchaba atentamente con el corazón encogido. La última vez que se había puesto en contacto con su madre, su padre había ido a Nethergarde por un pequeño trabajo.
—Y Arnos... Nethergarde ha caído.
—¿Supervivientes? —preguntó el mago tras unos instantes en los cuales cerró los ojos con un suspiro.
—Pocos que sepamos.

La joven dejó de prestar atención a la conversación involuntariamente. Debía mantener la calma, seguro que su padre estaba bien y, aunque le hubiera pasado algo, lo más seguro es que fuera demasiado tarde para él. Aunque quisiera gritar y salir corriendo hacia la fortaleza de la Alianza, debía mantenerse fría y debía cumplir con las instrucciones que Arnos le diera. La idea de la venganza se le hacía más apetecible con cada segundo que pasaba, pero se hizo con el control de sus emociones. No era momento de mostrar debilidad, eso ya lo haría cuando regresaran... si es que lo hacían.

Relato de Siandra[]

-¡Vamos, vamos, vamos!

Siandra corría intentando mantener el ritmo de carrera del soldado que tenía delante, un elfo de la noche curtido en batallas y con las piernas más largas que ella, lo que convertía dos zancadas de él en tres suyas.

Las explosiones de los cañones eran realmente ensordecedoras ahora que se encontraban tan cerca, para hablar entre ellos prácticamente debían gritarse en el oído si querían enterarse de algo. No es que le hiciese especial ilusión encontrarse tan cerca del campo de batalla pero no tenía elección.

Horas antes habían recibido un escueto mensaje en el campamento en el cual se detallaba que un grupo de soldados había quedado atrapado y herido tras las líneas enemigas portando valiosa información sobre la denominada Horda de Hierro. Por ello se había formado un pequeño grupo de rescate formado por el elfo de la noche, un experimentado druida llamado Zatrian, dos solados humanos del ejército de Ventormenta y una risueña gnoma llamada Corie especializada en pasar desapercibida cuando le interesaba. Siandra iba en calidad de sanadora.

Se agazaparon tras un conjunto de rocas que les servirían de refugio temporal, Zatrian asomó la cabeza e inspeccionó la zona que tenían delante de ellos.

-Veo un cañón protegido por tres orcos en nuestro camino. No creo que podamos pasar sin llamar la atención –dijo el elfo.

-Para momentos así es que hemos traído esto –Uno de los soldados sacó un par de cartuchos explosivos de su mochila –Directamente importados desde Bahía del Botín.

El elfo negó levemente con la cabeza. No le hacía ninguna gracia utilizar explosivos goblin, pero en este caso debería hacer una excepción.

-Úsalos para el cañón, te distraeremos a los orcos. Corie, ya sabes que hacer.

La gnoma asintió y se deslizó por entre las rocas intentando ocultarse de la vista de sus enemigos.

-Siandra, guárdanos las espaldas.

-Eso siempre –le respondió la sacerdotisa con una sonrisa a la vez que sujetaba con firmeza su bastón.

Sin esperar nada más, Zatrian saltó por encima de las rocas que los cubrían y en unos pocos segundos lo que antes era un esbelto elfo ahora era un poderoso oso que se lanzaba a la carga contra los tres orcos desprevenidos.

Siandra realizó una breve oración y un escudo de luz dorada envolvió al druida para protegerlo de los brutales ataques de sus enemigos. Los dos soldados corrieron hasta el cañón y colocaron varias cargas en puntos estratégicos de la estructura, a la vez que la pequeña gnoma aparecía por sorpresa detrás de uno de los orcos, se encaramaba por su espalda y le rajaba la garganta sin piedad mientras con la otra mano le apuñalaba varias veces.

-¡A cubierto! –gritó uno de los humanos mientras corría de regreso a las rocas.

Corie saltó al suelo desde las espaldas del moribundo orco y se lanzó a correr todo lo que sus cortas piernas le permitían. Siandra invocó a la Luz para crear escudos sagrados que protegiesen a sus aliados a la vez que Zatrian lanzaba un poderoso zarpazo antes de huir que envió a los dos orcos con los que luchaba contra el cañón.

La explosión resonó por todo el valle y piezas de metal salieron volando en todas direcciones. El cañón no fue destruido por completo pero al menos había quedado inoperativo y la explosión había matado a los orcos.

Casi un minuto después Zatrian, que había recuperado su forma de elfo, asomó de nuevo la cabeza entre las rocas.

-Bueno, tenemos vía libre aunque seguro que no ha pasado inadvertido. Tenemos que continuar antes que…

-¡Cuidado!

Fue todo lo que le dio tiempo a gritar a Siandra antes de que una enorme sombra se abalanzase sobre ellos.

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