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CAPÍTULO 1

"... mucho me temo, lady Januar, que Alathea ha sido asesinada. Cumplió con su cometido y trajo el mensaje, pero no lo hizo con vida..."

Januar no siguió leyendo. Su mirada perdida parecía procesar algo inadmitible, increíble a su entendimiento. Una realidad que acontecía y que lo más hondo de su ser no sabía cómo asimilar.

Mientras hundía los dedos en el papel de aquella carta, los elfos que la rodeaban, sus hermanos y hermanas, le miraban en sumo silencio.

Tomándose una leve y prolongada pausa su rostro levantó nuevamente la vista a todos aquellos que esperaban un veredicto.

- Nada nos queda aquí, en Vallefresno. Astranaar ha sido asediada por la Horda. No sólo han matado a las Centinelas, sino a los civiles, y a los niños.

Los rostros de todos aquellos que la rodeaban mostraban expresión de angustia y terror. Algunos de sumo odio pese a las malas noticias.

- Pero... ¿cómo? - Elnadir se atrevió a preguntar, dando un paso al frente. Sus placas resonaban en el silencio sepultral que acontecía en aquella cueva.

- Han sido envenenados. Todos. Tal y como sucedió en la Torre de la Algaba.

Ormipha negaba con la cabeza. Su porte firme y su semblante sereno, correspondientes a una Centinela centenaria, parecia intentar mantener la compostura. Pero sin embargo se pronunció.

- ¿Qué sabemos de Teldrassil? Mi hermana sigue allí. - En efecto, tanto la druida Annelyn como más miembros de la Orden del Roble aún seguían en el gran árbol. Sin embargo Januar no pudo responder, pues no sabía qué decir.

Todos parecían conmocionados. La centinela Alathea Caminaluna tomó el mensaje de Januar, días atrás, cuando se vieron obligados a refugiarse en una de las cuevas de Vallefresno.

La Orden del Roble había marchado hacia los bosques de Vallefresno días atrás, ante la alerta de tropas orco por la zona. Pensaron que simplemente sería algo nímio, rumores, habladurías, algún error... La Horda no podía arriesgar la paz en algo tan estúpido como pisar Vallefresno. O eso pensaron.

Sin embargo, cuando los elfos llegaron a Vallefresno sólo se encontraron batalla tras batalla. Árboles quemados, tierra ensangrentada, llanto y muerte. Su imposibilidad para llegar a Astranaar les hizo refugiarse y refugiar a los heridos en la localización más cercana y recóndita: Una de las cuevas que antaño había sido habitada por furbolgs.

Sin embargo, la Centinela Alathea se había empeñado en marchar hacia Costa Oscura. Necesitaba llegar a Lor'danel y enviar el mensaje de lo que estaba sucediendo en Vallefresno: La Horda está invadiendo nuestros bosques, los civiles han muerto, no queda asentamiento en pie. Llegarán a Costa Oscura.

Empeñada en querer evitar más pérdidas y más vidas de sus hermanas marchó al anochecer. Consiguió llegar a las cercanías de Lor'danel. Herida, a pesar de ser asaltada por un grupo orco. Sin embargo, cuando las Centinelas la encontraron próxima a la aldea, yacía muerta. Jamás soltó el mensaje de entre sus dedos a pesar de que la herida que le habían profanado en el estómago la desgarraba completamente.

- ¿Cuales son nuestros siguientes pasos, mi lady? - Valathar se refugiaba bajo su capucha, entre las sombras de aquella cueva. Parecía estar al margen del grupo. Su voz sonaba fría y tajante.

- Necesitamos contactar con los demás miembros del Roble. Marchamos a Costa Oscura, a luchar. No les dejaremos llegar a Teldrassil.

Muchos miembros de la Orden del Roble aún seguían en Teldrassil; Rienthal, Annelyn, Lewid, Alan... sin embargo Oliver probablemente estuviera por Costa Oscura, aún tenía posibilidades de sobrevivir si no se había cruzado con orco alguno. La tensión era desoladora, la Horda pagaría cara su traición.


CAPÍTULO 2

La Luna no resaltaba ese día entre las estrellas del manto de la noche, pues una extensa nube de humo negro cubría cualquier atisbo de luz.

Annelyn, druida de la Orden, corría al amparo de Darnassus cuando, asustada, vio cómo los bosques comenzaron a arder. No temía por su vida, pero sí por la de los suyos. ¿Cómo había podido la guerra llegar hasta el Gran Arbol? ¿Por qué la horda estaba atacando Teldrassil? Sólo habían civiles y niños...

Rauda y veloz, sus alas le impulsaron hasta Darnassus, pero el caos reinaba. Todo ardía, la gente gritaba. Los ancestros ardían y las casas de madera se reducían a cenizas. No se podía respirar... sentía que se ahogaba.

En el calor y la adrenalina del momento, escuchó a una pequeña gritar. Los elfos no se caracterizan precisamente por tener una alta natalidad, y los pequeños eran un regalo de la diosa muy preciado. No dudó un instante en correr hacia ella y tomarla bajo el regocijo de sus alas, elevándola muy lejos, más allá de la negra nube de polvo que cubría los cielos. La niña lloraba, desconsolaba se aferraba con fuerza a las plumas de la druida. Annelyn no podía contener las lágrimas en sus ojos mientras descendía de la magnificiencia de Teldrassil, ahora en llamas.

Mientras descendía, planeando con los vientos del Oeste, comenzó a entonar un triste y dulce cántico en el que la pequeña dejó de llorar. Lentamente se posó en la playa y dejó cuidadosamente a la niña a un lado. Sin embargo, la situación en la aldea de Lor'danel no era para nada favorable, estaba incluso peor. Unas centinelas gritaban, "a los hipógrifos". Estaban evacuando civiles. Annelyn corrió, de la mano de la pequeña, acercándola a una de las bestias.

- Lleváosla, por favor... - La centinela asintió firme. - ¿Y vos...?- Annelyn la miró fija. Durante unos instantes de silencio y duda miró a su alrededor: Con ojos implorosos muchos elfos lloraban. Otros miraban a su alrededor con miedo. Jamás se hubieron visto en guerra, muchos de ellos eran jóvenes y no habían manchado aún sus manos de sangre.

Annelyn negó con la cabeza: "Evacuad a los civiles, yo iré la última".

- ¡Vamos, vamos! - Gritó- no os detengáis, ¡corred!

Volvió a tomar su forma druídica y sobrevoló Lor'danel... Tantos encuentros estaban teniendo lugar que no sabía donde detenerse. Entonces los vio: La Orden del Roble había llegado definitivamente a Lor'danel y peleaba en uno de sus flancos. Vio a su hermana, Ormipha.

Quiso llamarla, pero entonces sintió un frío que le heló el corazón. Desde el suelo, una flecha había sido lanzada contra su cuerpo, atravesándole el pecho. Lentamente, mientras sus plumas se tornaban en brazos y piernas, pudo oir un grito que rompía en mitad de la noche.

- ¡ANNELYN! - Ormipha corrió hacia ella, dejando que su cuerpo cayera sobre el suyo.

Annelyn sólo veía oscuridad y fuego. Su cuerpo temblaba, pues jamás pudo haber conocido dolor como el que ahora experimentaba.

- Hermana.. - Se giró y observó el rostro de aquella que la sostuvo en brazos al caer. Su hermana, una Centinela Darnassiana, le miraba con un torrente de lágrimas en los ojos.

- Tranquila... No hables. - Ormipha le acarició el rostró. - No te ha dado en ningún punto grave, te vamos a curar.

Annelyn intentó esbozar una leve sonrisa: "Nunca has sabido mentir".

Y hacia un lado, como un peso muerto, su rostro se dejó caer. Annelyn había muerto.

Ormipha sintió como si el tiempo se hubiese detenido entre sus brazos, a pesar del rechinar del acero que le rodeaba, a pesar del fuego abrasador, a pesar de las heridas que llevaba arrastrando días.

Proliferó un grito de ira y se incorporó, desenvainando sus espadas y mirando a su alrededor al causante de la flecha. Un orco próximo era el único que tenía una ballesta entre sus manos. Parecía un buen tirador, o eso demostraba en su sonrisa con cada acierto.

- ¡Tú, BESTIA! - Ormipha le fulminaba con la mirada, mientras sus lágrimas cálidas recorrían todo su rostro. - No tendré piedad con ni un solo miembro de la Horda, os mataré a todos, a los ancianos y a los niños. Sois una enfermedad que hay que purgar...

Escupía sus palabras con un odio inusitado, cegada por la rabia y el dolor.

- ¿Crees acaso, pequeña elfa de la...? - El orco no pudo terminar su frase. Ormipha no iba a dejarlo hablar. No quería oir una sola palabra más de sus labios. Se lanzó enfurecida contra él, dando estocadas rápidas alrededor de su cuerpo. Se movía rauda, ágil, enfurecida. Rasgó su cuerpo sin descanso, incluso cuando el orco ya no podía moverse en el suelo y los golpes constantes desfiguraban cualquier indicio de vida.

Una mano se posó en el hombro de Ormipha quién, sobre el orco, continuaba golpeando a pesar de que su cuerpo yacia inerte desde hacía mucho.

- Ormipha... - La voz de Elnadir sonó suave, como un susurro- Ya ha muerto.

Ormipha se detuvo. Su cabeza seguía gacha. Sus manos y todo su cuerpo estaban cubiertos de una sangre que no era la suya. Un leve destello pasó por su vera. Alzó su mirada y vió cómo un fuego fatuo se contoneaba, elevandose por los cielos.

- Ella era todo lo que tenía.

- Levántate, Ormipha...- Elnadir insistía. - La aldea está perdida, tenemos que marcharnos.

- He de quedarme, pelearé hasta el final.

- Si te quedas, morirás. Y si mueres, no podrás vengar a tu pueblo de la Horda.

La Centinela se giró brusca hacia el Altonato, en su mirada no albergaba razonamiento alguno. Pero en el fondo de su corazón sabía que era lo correcto.

La noche había caído, pero las llamas de Teldrassil ardían con tantísima fuerza que casi pareciese que el día hubiese vuelto a renacer en todo Kalimdor.


El grito desconsolado de víctimas inocentes no cesaba. El humo apenas dejaba respirar.

La batalla fue encarnizada y su sabor amargo se tradujo en derrota. Era imposible salvar la aldea.

Lady Januar mientras tanto, sostenía un portal desde el Templo de la Luna con el resto de Altonatos. Entre ellos estaban Brisa Nocturna, Allarthel y Valathar. Cuando la Orden del Roble hubo llegado a Costa Oscura y comenzaron a vislumbrar los ataques hacia el Gran Árbol, se dividieron: Los centinelas, arqueras y arqueros, druidas y guerreros, se quedaron a las orillas de la Costa, combatiendo al enemigo. Los Altonato, en cambio, tomaron un hipógrifo para socorrer a Darnassus y transportar a los civiles lejos de las llamas.

El pueblo élfico jamás olvidaría esta ofensa.


CAPÍTULO 3

Elrisha corría lo más rápido que sus pies le permitían. El bosque estaba en llamas y los gritos de miedo y terror rompían la calma de la purpúrea maleza. Era el tercer elfo que se topaba inconsciente, herido e intoxicado por los humos que no dejaban ver los cielos más allá de las copas de los árboles.

Lo arrastró cómo pudo hasta la entrada de Darnassus donde, un contingente de centinelas escaso, recogía a los heridos y los transportaba con sables hasta el Templo de la Diosa.

Muchos sables, aún jóvenes, parecían asustados ante el terror, el fuego y el constante humo, y no respondían como tal. Sin embargo, los más amaestrados y longevos servían sin rechistar una sóla órdenes de sus Centinelas.

Elrisha estaba agotada y la continua ceniza que caía tenue y suave como nieve, había ensuciado ya sus blancas togas y su piel violácea. Estaba agotada, pero su furia no le permitía detenerse. Sus ansias de pelear en las Costas no eran pocas, pero había algo más importante que el odio en un momento como ese: Los heridos.

Sus hermanos y hermanas, los más pequeños, el bosque. Todo ardía y muchos habían recibido por sorpresa el peligro del fuego devorando sus hogares. Así pasaron las horas. Unas horas que se transformaron en un auténtico infierno.

La ciudad estaba siendo evacuada a un ritmo frenético. Los Altonato del Templo de la luna parecían inamovibles mientras sostenían sus portales, pero cierto es que en su frente el sudor y la angustía se reflejaban por mucho que intentasen matener su actitud altiva.

Muertos por todas partes. Calles en las que ya apenas se sentían gritos. Todo estaba volviéndose lentamente en silencio, un silencio inamovible que pronosticaba que no quedaba vida alguna en la ciudad. Sin embargo no queriendo dejar atrás a elfo o elfa alguno, tomó uno de los últimos hipógrifos darnassianos: Completamente acorazado, regio en su mandato, fiel hasta el último momento.

Las sacerdotisas habían cruzado el portal y los últimos Altonato restantes con ellas. Elrisha, sin embargo, a riendas de la bestia, comenzó a merodear por la ciudad de Darnassus en búsqueda de un atisbo de esperanza.

No vio nada, y el fuego comenzó a abrasar con tanta fuerza su rostro y piel que se vio obligada a sobrevolar la nube nega y espesa que cubría los edificios para poder respirar.

Le faltó poquísimo para llegar a un punto de desmayo pero, por suerte, la adrenalina del momento la había mantenido frenética en todo momento.

Aún se oían voces de auxilio en la Costa, por lo que no dudó un instante en planear cercana a la costa.

Maquinarias de guerra asomaban por donde quiera que mirase. Pequeños zepelines goblin que lanzaban bolas de fuego contra el bosque. Gujas rotas, centinelas muertas. Ancestros quemados y rotos... Sólo podía ver un par de barcos de la flota Darnassiana. Uno de ellos se alejaba por el mar, había logrado escapar. Otro lo intentaba, pero estaba teniendo lugar en ellos una confrontación y el barco no podía zarpar.

Se aferró a las plumas del hipógrifo y lo dirigió hasta la batalla, deteniéndose en la retaguardia.

Había elfos y elfas heridos, más aún. Sus fuerzas parecían casi extintas y sus rezos y curas habían sido a lo largo de esta pesadilla algo que no había cesado en momento alguno. Pero ya estaba cansada. Pero qué importaba si sus fuerzas respondían o no en un momento tan crucial. Siguió intentándolo a pesar de que con ello su vida se consumiera.

Uno a uno, sus hermanos y hermanas parecían recobrar el conocimiento y correr hacia el interior de los camarotes. Sólo le quedaba un último elfo, inconsciente en la cubierta del barco que intentaba cada vez con más ansias zarpar. Se acercó y alzó su vista al cielo, buscando la Luna y la gracia de la Madre Diosa, implorando una vez más su ayuda para el hermano caído, pidiendo esperanza.

Sin embargo la luna se ensombreció. La figura de un renegado ocupó su lugar y, antes de que la elfa pudiera reaccionar, el renegado hundió su espada en el elfo herido que Elrisha tenía bajo sus pies.

Con furia Elrisha le arrebató una de las dagas que colgaban de su cinto y le atravesó la mandíbula desde abajo, acabando con su vida y atravesando su cabeza.

El olor a sangre y a muerte impregnaron sus togas y Elrisha, desolada, fulminó con la mirada a los asaltantes contra los que iba a desencadenar toda su furia acumulada.

Por suerte los elfos consiguieron que el barco comenzara a moverse y a repeler a las fuerzas de la Horda, pero aún habían polizones en el barco que deseaban llevarse consigo al mayor número de elfos a los infiernos.

El barco estaba lleno de heridos y civiles, pero parecía no importarles.

- Aquí sólo hay inocentes... - Dijo Elrisha, sin apartar en momento alguno la mirada de aquellas bestias de la Horda- No vais a llevaros ni una sola vida más.

Un renegado más la miraba amenazante con una espada cuyo acero brillaba como la luz de la luna. Un orco dejaba escapar una sonrisa divertida, ante la amenaza de la elfa.

- No eres más que una elfa enclenque y débil. - Se acercó a uno de los heridos y lo remató. Por suerte, estaba inconsciente antes de hacerlo.

Elrisha saltó hacia él con la daga que previamente hubo obtenido del renegado muerto y comenzó a embestir golpes contra el orco. En un principio pareció dañarlo pero el orco estaba bien emplacado, ninguno de los golpes de Elrisha contra él, al menos de momento, sería mortal.

De un manotazo el orco consiguió alejarla un par de metros de sí, y Elrisha rodó.

Incorporándose, rasgó sus togas con la daga que tenía en su diestra y tomó una posición de combate. Sus togas y su devoción a la diosa no le impedirían acabar con la escoria orco. Sin embargo y en un momento de despiste, el otro renegado se le acercó por un flanco y hundió su daga en su costado.

Elrisha abrió los ojos con lágrimas y reaccionó: Hundió su daga en el renegado que le había atacado por la espalda y le quitó la suya propia. Sus togas, rotas, sucias por la ceniza, y empapadas de sangre más que nunca, atentaban contra el orco una última vez.

Los elfos del barco miraban la situación acongojados, tenían miedo y estaban heridos. No había guerreros entre ellos.

- Esta guerra... será el fin de la Horda- Dijo con furia, con la voz entrecortada y rota por el dolor.

- ¿Y la terminarás tú? ¿Y cuántos más?

Los elfos entonces, incluso los heridos, se lanzaron contra el orco. Consiguieron inmovilizarlo, aunque no facilmente. Entre más de 6 elfos agarrando y sosteniendo sus extremidades. No tenían armas, pero no dejarían que el orco tocara un solo pelo a la sacerdotisa.

Elrisha pareció ver un atisbo de luz entre tanta oscuridad y sonrió. Posó su mano en la herida de su flanco y un par de lágrimas brotaron de sus ojos, nuevamente. Sabía que no viviría para ver el día en el que la Horda desapareciera, pero podría contemplarlo desde las estrellas, junto a la madre diosa.

Dio un par de pasos torpes hacia el orco inmovilizado mientras todos observaban qué iba a hacer. Su reguero de sangre estaba dejando una mancha imborrable en la cubierta del barco. Caminó lenta, sin fuerzas. Curvada, encogida, con la mano en su herida mortal.

- Me voy con la Madre Diosa... - Dijo, sonriendo y mirando por unos instantes hacia las estrellas- Pero tú te vienes conmigo.

Fueron sus últimas palabras antes de que, con la misma daga que le hubieron herido de muerte, atravesase la yugular del orco. Entonces cayó a un lado, descansando para siempre. Su muerte no sería en vano.


CAPÍTULO 4

Teldrassil ardía. Las llamas llegaban a lo más alto de los cielos y Kalimdor entero podía ver tal atrocidad.

Aunque recelosos al fuego, los hipógrifos sobrevolaban con velocidad la nube negra de polvo y muerte que ascendía hasta los cielos.

Lady Januar se aferraba con fuerza al plumaje de la bestia mientras que, tras de sí, Brisa Nocturna y Elnadir la seguían. El resto de miembros de la Orden del Roble continuaba la contienda, en Lor'danel. Parecía que el número de orcos y trols no fuera a acabarse nunca. Habían escalado las montañas de Frondavil y habían atacado por sorpresa.

No había nada que hacer, la batalla estaba más que perdida. Sólo quedaba en sus mentes la esperanza de que aún pudieran salvar a todos los civiles posibles. Cayeron literalmente en el puente que accede directamente al Templo de la Luna. Los hipógrifos volaron alto en cuanto los elfos tocaron el mármol, huyendo de las llamas.

Elnadir corrió al sur, al Enclave Cenarion. Januar observó cómo el Roble Quejumbroso ardía en su totalidad, apretando los puños de furia y ansias de venganza. Pero una voz la sacó de su ensimismamiento:

- Luz de Plata. - Bruscamente se giró, Rienthal la miraba. Su rostro estaba empañado con la ceniza y la sangre de la batalla en Costa Oscura.- Si no abrimos un portal, todos acabarán quemados en vida.

Januar negaba con la cabeza, aún sin concebir lo que estaba sucediendo a su alrededor. Rienthal le agarró con fuerza de la muñeca.

- Despierta, Januar. Nuestra venganza será un hecho, pero ahora no.- Tiró de ella hasta el Templo donde el ambiente era desolador. Heridos, muertos, elfos sollozando mientras se cubrían la cara. Uno de los Altonato del templo se acercó:

- Me alegro de que por fin lleguéis, tenemos que sostener un portal el máximo de tiempo posible.

- No nos demoremos. - Concluyó Januar. Apenas le quedaban fuerzas tras la batalla, pero debía de canalizar su magia desde cualquier rincón de su alma para sostener el portal.

Rienthal parecía permanecer impasible, conteniendo sus emociones para variar. Alzó su mano y un brillo violáceo comenzó a dibujar una esfera que empezó a tomar forma y emitir luz.

- Andu'falah dor... - dijo como consuelo, mirando a los kaldorei que asintieron ante su afirmación.

Januar alzó sus manos junto con Brisa Nocturna y el portal comenzó a abrirse. Los demás Altonato del templo se unieron. Aguantarían aunque las llamas llegaran hasta sus pies.

Mientras tanto, en una ciudad rota, Elnadir cogía en peso a todos los elfos inconscientes que encontraba. Los arrastraba hasta el Templo de la Luna y volvía. Ya incluso se hubo desprendido de sus placas, armas y escudo. Y aunque el agotamiento era claro en el rostro del elfo, siguió su tarea, impotente, consciente de que no podría salvar a todos los elfos y elfas que se encontraba por el camino. Una agradable sensación de paz le llegó tiempo después de que sus pulmones se llenaran de humo.

- Despierta hoy, hermano. - Sintió algo frío en su rostro, una sensación agradable que lo alejaba del fuego y la llama interminable.- Porque hoy no caerás con Teldrassil.

Se sintió que flotaba, ¿sería este el fin de su existencia? Comenzó a recordar su pasado, su vida anterior, las muertes que llevaba a sus hombros... Y entonces escuchó una voz que le resultó familiar.

- Gracias por encontrar a Elnadir, Lewid. Ahora pasad ambos por el portal, Teldrassil está perdido. - Era la voz de lady Januar.

- He intentado sanar sus heridas, parecía haber respirado demasiado humo... - Dijo con pesadumbre el druida Lewid.- Pero vivirá, un día más. Recuperaremos lo que se nos ha arrebatado.

Elnadir volvió a perder la conciencia. Cuando despertó sólo podía ver a su alrededor lo que parecía ser un Templo humano... Una curandera humana lo miraba con curiosidad. - Pensé que nunca íbais a despertar. - Le sonrió, tranquilizadora.

- ¿Dónde estoy? - Elnadir se incorporó rápidamente. Su uso del lenguaje común no era demasiado bueno.

- En Ventormenta, mi señor.


CAPÍTULO 5


Januar miraba al horizonte, allá donde los barcos darnassianos llegarían algún día. O eso esperaba.

- Lady Januar.- Tras de sí, la voz de Oliver Thausam rompía su silencio.- Muchos volverán. Confío en ellos...

La elfa no supo si pronunciarse, había sido un día gris. Era consciente de que para Thausam también. Se giró y lo observó con intención de decir algo imparcial, indiferente por mera educación a pesar de que no le apeteciera pensar más que en venganza y muerte. Entonces lo vio: El hombre que tenía frente a sí estaba herido, lleno de quemaduras y con una mirada desoladora a pesar de intentar mostrarle una sonrisa que relajase la situación.

Cuando Januar descendió a Teldrassil el caos imperaba. Y no solo para los elfos. Los gilneanos que un día tuvieron que huir de su hogar, volvían a perderlo todo. Mientras sostenía el portal y los civiles pasaban, pudo observar cómo Oliver llegó prácticamente el último. Casi habían estado apunto de cerrar el portal, pero de las llamas con su forma de huargen el doctor llegaba exhausto con una joven gilneana entre sus brazos. Januar dudó de que estuviera viva, pero aún así Thausam la aferraba contra su pecho.

- ¡Hay muchos más! ¡Muchos más! - La dejó en el suelo con suavidad y volvió a hundirse en el mar de llamas que ya asolaba el Templo.

- ¡Thausam!

- Januar... tenemos que cerrar el portal. - Rienthal se pronunció con frialdad. Sus manos ya temblaban.- No podemos esperar a nadie más.

- No podemos dejarlo atrás.

- A veces un líder ha de tomar decisiones difíciles...

Januar miró a las llamas una vez más y luego a Rienthal, tomándose unos segundos antes de responder.

- Esperaremos.

Rienthal no dijo nada. Simplemente se limitó a asentir.

Allarthel parecía agotada y herida mientras sostenía el portal con los suyos. Rienthal se percató de ello y le clavó la mirada.

- Allarthel, cruza el portal. El resto lo aguantaremos un par de minutos más.

- Aguantaré.

- Allarthel.- Por primera vez, Rienthal, le dedicó una sonrisa relajada.- Hace mucho dejaste de ser una aprendíz, estoy orgulloso de tu poder. No quiero perderte. Por favor, márchate.

Incluso Januar se sorprendió de que, por primera vez en su vida, Rienthal suplicase. Allarthel bajó sus manos y casi cayó del agotamiento. Hizo una reverencia como buenamente pudo al que fue su maestro y cruzó el portal. Al otro lado cayó al suelo, sin fuerza alguna. Los efectivos de Ventormenta la recogieron y llevaron tan veloces como les fue posible a la catedral para sanarla.

Cada segundo se hacía una agonía y expectantes a la llegada de Thausam las llamas entraban en el Templo. Sin embargo algo rompió el constante rugir del fuego.

- ¡Por Gilneas! - Un tropel de Gilneanos cruzaba el fuego, con ropas harapientas, quemadas y rotas. Tras ellos, Oliver Thausam llevaba a un compañero en sus hombros. No dijo nada, pero su mirada de agradecimiento lo dijo todo cuando cruzaba el portal.

- Se acabó. - Concluyó uno de los Altonato que sostenían el portal.

Rápidamente todos cruzaron, sería la última vez que verían el Templo de la Luna.


CAPÍTULO 6

Algunos miembros del Roble seguían combatiendo en Costa Oscura, al margen de lo que estaba sucediendo en Teldrassil. Por alguna razón, algunos orcos capturaban a civiles con vida.

- ¿Dónde están los demás?- Gritó Valathar. El altonato parecía haberse quedado con el resto de kaldoreis luchando en las playas de Costa Oscura y la aldea de Lor'danel.

Ormipha corrió hacia el elfo, tomando aire. - El señor Esmeralda, Alan... ha sido capturado por la horda.

Valathar abrió los ojos como platos, temiéndose lo peor. - Y no sólo él... Threleras también ha sido capturado.- añadió la Centinela.

- ¡Maldición!- Gritó Valathar.- Seguro que intentarán torturarlos y sacarles información.

- ¿Por dónde se los han llevado...? - Una elfa de cabellos turquesas habló tras de ellos. Valathar parecía no reconocerla, Ormipha tampoco.

Ormipha señaló una dirección que parecía llevar hasta el norte.

La elfa no dijo más. Llevaba un carcaj a su espalda y una bestia le acompañaba. Corrió veloz como el viento y en cuestión de segundos se perdió entre la maleza del bosque.

- ¿La conoces? - Preguntó Valathar. Ormipha negó con la cabeza. Pero no había mucho tiempo para hacerse preguntas.

Las placas de Ormipha rechinaron ante el giro rápido de la elfa. Una flecha pasó a escasos centímetros si no hubiera sido por los rápidos reflejos de la centinela.

- Parece que tenemos compañía. - Ormipha desenvainó ambas espadas de su cinto.

Un grupo de renegados se aproximaba a la costa.

- No dejaremos que pasen, los civiles tienen que escapar.

En efecto, en uno de los barcos que aún quedaba en las playas decenas de civiles intentaban escapar. Ya apenas quedaban centinelas con vida. Valathar y Ormipha eran lo único que parecía separar al grupo de renegados de los civiles inocentes.

Ormipha no dejó tiempo a decidir al destino y se lanzó contra el grupo de no muertos. El primero intentó atestarle una tajada en el costado, ante lo que la elfa se hizo a un lado y lo empujó, provocando que el renegado atravesase con su arma al renegado de su vera. Luego saltó sobre él y le hundió en el cuello su acero, moviendo ágil su otra espada y cortando la cabeza del renegado que tenía frente a sí. Con el frenesí del odio y la rabia acumulada tras la muerte de su hermana, Ormipha no dejó títere con cabeza. Cuando concluyó, apenas entraban aire en sus pulmones.

- Puedes con unos pocos... elfa. - Dijo uno de los renegados, moribundo. - Pero somos... infinitos.

Tambores de guerra resonaban en el bosque. De la maleza apareció un tropel de orcos y renegados que parecía no tener fin.

- ¡Atrás, Ormipha! - Gritó Valathar.

- Sha'tharel Ismoa, ¡thyno sibom empha!- El Altonato alzaba sus manos al viento y el fuego que yacía en los árboles comenzó a extenderse frente a Ormipha, creando una barrera de fuego entre ella y los miembros de la Horda.

- Marchémonos, Centinela. El barco va a zarpar.

- Mi venganza...

- ¡Tu venganza llegará! Aquí sólo encontrarás muerte. Los civiles nos necesitan.

- Llegará. - Concluyó convencida mientras guardaba sus espadas y caminaba hacia el barco. Valathar le seguía. La barrera de fuego no tardaría en caer. Pero gracias a Elune ya estaban a salvo. Tardarían unos días en llegar a Ventormenta.


CAPÍTULO 7

El viejo orco parecía comer con parsimonia un trozo de carne mientras que, Alan, Threleras y demás elfos capturados, miraban desde una jaula. Otro orco les apuntaba constantemente con una ballesta. Si pretendían algo, morirían al instante.

- ¿Qué vais a hacer con nosotros? - Preguntó Alan, en un intento de pronunciar algo de lengua orco.

- Esto ser carne de elfo- Dijo el orco en un intento de darnassiano.

Los elfos de la jaula palidecieron. El orco comenzó a reir a carcajadas.

- Claro que no es carne de elfo, qué idiotas. - Dijo el orco a su compañero. Los dos empezaron a reir.

Threleras negaba con la cabeza, hastiado.

- Tú hablar. Y mi jefe dejar que te marches. - Dijo, encogiéndose de hombros. Seguía devorando su comida.

- No me creo que vayan a soltarnos.- Dijo Threleras.- De hecho... dudo que pasemos esta noche.- Esto último lo dijo casi en un susurro. No necesitaba más miedo en esa jaula por parte de los pobres inocentes.

- Si ese orco dejara de apuntarnos con su ballesta...- Alan comenzó a mirar de un lado a otro, buscando posibilidades.

El orco de la ballesta golpeó la jaula de una patada. - ¡No mires tanto y siéntate o te atravieso la cabeza!

Alan y Threleras se sentaron a un lado y suspiraron.

Cuando alzaron la vista el orco chocó su cuerpo contra los barrotes. Algo salía de su boca.

- Pero... ¿qué...?- Alan se incorporó.

- Es una flecha.

Los elfos de la jaula comenzaron a gritar, asustados.

El orco que estaba comiendo intentó levantarse pero simultaneamente cayó como un peso muerto, con tres flechas a la espalda.

Todo se quedó en un silencio tenso. De entre la maleza unos pasos lentos dejaban ver la figura de una elfa. Portada en malla y cubriendo su rostro, se acercó a la jaula, apartando al orco moribundo y dejando su arco a un lado.

- No se deja atrás a un hermano.- Su voz sonaba familiar.

Mientras los elfos civiles salían de la jaula, Alan se acercó a la elfa.

- ¿Tú eres...?

Bajandose la capucha que cubría su rostro, Silver dejó ver caer sus cabellos azules y una leve sonrisa.

- Alguien que no va a dejar a ningún hermano atrás.



CAPÍTULO 8

Elnadir cabalgaba al frente del destacamento élfico. Portaba su armadura dorada, aquella que antaño acarreaba para proteger y servir a los ya casi extintos Altonato.

La avanzada Centinela le seguía. Sus arcos, espadas y gujas lucían ante la luz del sol que se ocultaba en un mar de nubes: La guerra era inminente. Ormipha caminaba silenciosa, pero sus pasos eran pesados. Había preparado su acero a conciencia y brillaba. Portaban armaduras arcaicas, de esas que facultaban una movilidad extraordinara, haciendo que sus movimientos fueran como un haz de luz inalcanzable para el enemigo. Silver les seguía en la vanguardia, también portadora de las vetustas ropas Centinela. Hoy todos eran un único pueblo, con un único objetivo: La venganza.

Tras ellos caminaba Januar, liderando el paso de los arcanistas Altonato. Tanto ella como los magos portaban armaduras de magos de batalla. Rienthal, Valathar, Allarthel... Solemnemente portaban espadas a un lado y sostenían con fuerza bastones imbuídos en magia. Habían descendido desde uno de los barcos de la Alianza y todo era frenético. Cañones a un lado, más destacamentos desplegándose a lo ancho y largo del lugar. Y ellos, a paso firme y sin freno alguno, directos a la batalla.

Estaba amaneciendo. Los cuernos de batalla sonaban y rompían el silencio de la madrugada.

- ¡Lordaeron será nuestra! - Gritó una voz al fondo de la muchedumbre emplacada.

- ¡Por la Alianza!

Todos gritaban al unísono.

- ¡Por la Alianza!

La batalla iba a comenzar.

- ¡Por la Alianza!

La caída de la Dama Oscura estaba próxima.

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Habían recuperado sus heridas y se habían preparado para la batalla con ahínco, a pesar de la pena que les ennegrecía el corazón. El rechinar del acero no cesó un sólo día en los bosques Ventormentinos, donde llenos de cólera los elfos seguían entrenando, preparándose para la decisión de actuar que ahora recaía en manos de la Alianza y su Rey, Anduin.

Un par de noches antes, se comenzó a correr la noticia de que preparasen sus armas, sables y armaduras. La guerra caería ahora sobre la Horda. Lordaeron volvería a tomarse, como legítimo derecho de la Alianza, y la Horda sería aniquilada.

La Orden del Roble montó dispuesta y preparada, en uno de los barcos de la Alianza. El viaje se les haría largo, pues la ansia era desmesurada. Por fin se cobrarían la venganza que con tanta fuerza hubieron deseado.


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- No podría vivir sin ti... - Ormipha acariciaba el rostro de su amada. Annelyn le devolvía la sonrísa, tierna.

- ¿Volverás a Darnassus después de lo de Silithus?

- Sólo si tu me esperas ahí.

- Quizás no te espere, las Centinelas vais de aquí para allá.- Cruzó sus brazos, con falsa indignación, intentando evitar sonreir.

Ormipha se tumbó sobre ella, presionándola.

- Si no me esperas me obligarás a buscarte.

Annelyn le dio un beso en la comisura de los labios.

- Yo siempre te esperaré, Ormipha.

"Yo siempre te esperaré..."- La cabeza de Ormipha retumbaba. No estaba en aquel páramo del bosque. Estaba en la batalla. Un enorme pie de orco le pisaba la garganta. Había perdido el conocimiento pero lo había recobrado. "Annelyn.." Su recuerdo le daba fuerzas. Su espíritu le acompañaba.

- ¡AAAAAAAH! - De un fuerte tajo Ormipha cortó la pierna que le oprimía el cuello. Su armadura apenas cubría su cuerpo élfico, pero le permitía ser veloz. Su fuerza residía en su recuerdo y en el ansia de sangre y venganza. Cuando el pesado cuerpo del orco cayó a un lado, la elfa hundió su espada en su cráneo, sintiéndose salpicada y sintiendo el calor de la propia sangre del orco.

Intentando coger aire se giró, observando el campo de batalla.

A un lado Januar mantenía una barrera ante el fuego inminente que se venía desde las murallas de Lordaeron. Los Altonato le ayudaban a mantener dicha barrera.

Al otro las tropas caían. La Horda les superaba en número... Una tanda de renegados armados corrían hacia su posición.

- ¡Ormipha! - Una voz que le sonaba familiar cruzó a su lado a gran velocidad, casi como si fuera llevado por el viento. Le tendió una espada. Ormipha siempre luchaba con dos. - No te rindas... - el huargen sonrió.

Sus placas brillaban a la luz del fuego que asolaba ahora la tierra. A caballo, y seguido por un contingente huargen, Oliver Thausam alzó su propia espada.

- ¡Por Gilneas! ¡Abajo la Dama Oscura!- Un tropel de gilneanos gritaron, ensordeciendo por completo el campo de batalla. Galopantes cayeron sobre el escuadrón renegado y la batalla comenzó a encarnizarse más aún, si cabe.

- Lady Januar...- Rienthal intentaba sostener la barrera.- Estan avanzando... no aguantaremos mucho más.

Januar parecía absorta mientras la magia emanaba de sus manos. ¿Y si no superaba esa batalla? ¿Y si jamás volvía a...?

- ¡Lady Januar, la barrera!

La elfa se movió rápida a un lado.

- No somos suficientes...- Valathar levantaba el bastón, intentando conjurar un hechizo en mitad del calor de la batalla.

- No, no lo somos. - Silver se dispuso al lado de Januar, con su arco tensado.- Pero moriremos. Juntos.

Januar asintió, abriendo de par en par sus manos. La Horda corría hacia ellos.

Sin embargo algo ennegreció el sol que les azotaba.

- Milady... mirad.- Allarthel abrió los ojos como platos. Parecía que una manada de aves venían desde el sur. Eran muchas, demasiadas.

Pero entonces algo ocurrió.

Levemente, descendiendo con una soltura inimaginable, una de las enormes aves se tornó en un cuerpo humanoide, violaceo.

Era el Shan'do Alan Nachel, quién saludó golpeándose con fuerza con una mano sobre su pecho. Tras él decenas de druidas descendían, tornando su forma élfica, Lewid les acompañaba.

- Luz de Plata.- Sólo se limitó a decir eso, al mismo instante que se giró y se unió a la batalla. Todos caían como una fuerza de la naturaleza devastadora contra el enemigo que se aproximaba.

La batalla de Lordaeron no había hecho más que comenzar.

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