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Relato escrito por Darnai. Hilo original aquí.



Gromil corría todo lo rápido que podía, que no era mucho, por las calles del bastión aún medio en ruinas. El bastión Lightningblade hacía tan sólo unos meses que se había recuperado de manos de los ogros, gracias a los esfuerzos de la Horda, para cedérselo de nuevo a sus legítimos propietarios.

Había sido algo inusual que la Horda se movilizase para recuperar aquellos territorios con poco más valor que el sentimental. Sin embargo, Idnaar se había ganado muchos aliados durante los años que había combatido con honor en nombre de la Horda. Eso, y una gran cantidad de oro que Eidorian había logrado sacarle a su hermana Tuzah en concepto de limosna, habían sido suficiente para recuperar aquellos terrenos de manos ogras.

Con los ogros expulsados, la Horda no tardó en enviar algunos efectivos para colaborar en la defensa y la reconstrucción. A fin de cuentas, nunca estaba de más asegurar un trocito de Filospada.

Desde entonces algunos orcos habían ido acudiendo al Clan para unirse en busca de fama, fortuna o simplemente una vida mejor, y con ellos, el bastión había ido reconstruyéndose del mal estado en el que décadas de dominación ogra lo habían dejado. Ahora los Lightningblade por fin tenían un verdadero lugar al que llamar hogar con orgullo.

Gromil llegó jadeando y empujó las pesadas y enormes puertas de la que ahora era su casa. Era el edificio más grande de todo el asentamiento, nada que ver con la modesta casita del Cruce en la que se había criado. Su padre, Idnaar, no estaba muy de acuerdo con aquella nueva casa al considerarla excesiva, aunque sus amigos, especialmente Rosadito, habían insistido en que ahora era un líder y debía aparentarlo. Aún después de más de una década como un orco libre, a veces aún le resultaba ajena la sensación de poseer algo, no digamos ya una casa.

El joven orco buscó con la mirada alrededor de la estancia central sin encontrar a nadie más que a Silver, el tigre de su madre. Asomó a los dormitorios y tampoco encontró a nadie. Salió por la cocina en dirección al patio, donde a pocos metros se hallaban las cuadras y unos rudimentarios muñecos de entrenamiento. Allí estaba su hermana Shan´Nah, golpeando con furia al grueso tronco que hacía de torso del muñeco, con un hacha roma que hacía crujir la madera con cada impacto.

Shan´Nah era su melliza: una orca grande y musculosa, en una forma física envidiable y cuyo cuerpo, que ya comenzaba a mostrar evidentes signos de madurez, estaba salteado de algunas cicatrices. Shan´Nah tenía planes de tatuarse, aunque eso sólo lo sabía Gromil, por temor a que Radna, su madre, pudiera tener una opinión diferente.

-¿Dónde está el tito Rosadito?- Preguntó, extrañado de que el responsable de cuidarlos en ausencia de sus padres no anduviera por allí.

-Se ha ido a la taberna. – Gruñó su hermana, mientras descargaba otro golpe al maltrecho muñeco.- A ver si se encama con alguna de las recién llegadas. – Dio otro golpe. – Para ser tan feo, rosa y enclenque tiene un éxito relativamente alto, claro que aún no se ha topado más que con mercaderes. Cuando encuentre una mujer orca de verdad, se va a liar, porque papá tendrá que ir a ver quién le ha partido la cara, entonces ella le tirará los trastos a papá, y mamá le sacará los ojos a la tipa, con la destrucción que todo eso va a llevar.

Gromil torció el gesto, dubitativo, y ladeó levemente la cabeza mientras imaginaba la escena, y se vio obligado a admitir para sus adentros que ciertamente la escena era bastante plausible. Su tío no era precisamente uno de los elfos más galantes que hubiese conocido, ni tampoco de los más educados, pero sí que era soez y descarado, además de propenso a meterse en líos con su tremenda bocaza.

-En fin, Shani, lo que te venía a contar. – Dijo el joven chamán, como si acabase de recordar por qué había corrido tanto de camino a casa. – ¡Ha venido un viajero y cuenta historias increíbles de Draenor!

-Bien por él. –La joven y belicosa orca asestó un nuevo tajo al muñeco, que comenzaba a balancearse peligrosamente.

-¡No, no lo entiendes! – Gromil parecía emocionado. – ¡Las Furias allí están en perfecto estado, más fuertes de lo que nunca estarán en este mundo! Su tierra no se marchita.

-Genial, ¿pero a mí qué más me da eso? – Un nuevo golpe hizo crujir sonoramente la madera.

-Pues…- Gromil hizo una pausa dramática y sonrió de medio lado como el gato que se va a comer al ratón. – Que el viaje para visitarlas está lleno de peligros y aventuras, oportunidades para que un guerrero demuestre su valía. Hay gronns por todas partes, y tal vez incluso podamos encontrarnos con nuestros antepasados.

Shan´Nah clavó el hacha en el suelo y se giró hacia su hermano. – Vale, te escucho. -Es la oportunidad de que papá esté orgulloso de mí, ¡imagínate que consigo la bendición de las Furias! – Los ojos de Gromil brillaban con intensidad.- Podría convertirme en un chamán de gran poder, traería honor al Clan e impresionaría a papá.

-Bueno, podemos preguntar cuando vuelvan del Kosh’harg. – La joven se encogió de hombros. – Pero ya te sabes la respuesta.

-No, nada de preguntarles. – Gromil puso expresión seria. – Puede que para ti sea poco importante: eres la fuerte, la matademonios, su favorita, pero es mi oportunidad de ser yo el que destaque por una vez. Además, ¿no estás harta de que nos consideren niños? A nuestra edad ellos ya eran héroes de la arena.

Shan´Nah estalló en carcajadas. – Eres idiota, tú eres con mucho el mimado. Pero sí que tienes razón, estoy algo harta de no poder hacer nada porque somos niños. ¡Hemos pasado por el Om´Riggor!

-¡De eso nada, te dedica a ti todo el tiempo! – Gromil protestó, enfadado por las acusaciones.

-Porque tú le haces sentirse idiota, todo tu rollo de chamán le suena a murlock. – Refutó la muchacha sin amedrentarse.- Demonios, me suena raro a mí y soy mucho más lista que él. Pasa más tiempo conmigo porque a mí me entiende. A fin de cuentas yo hago lo que él: le atizo a las cosas.

-Me da igual. – Gromil se obcecó.- Entenderá lo que significa que las Furias me den su bendición; entenderá que lo reúna con el abuelo, y por una vez yo seré el que haga bien las cosas. Iré contigo, o iré solo.

Shan´Nah gruñó. – Vale, si esto es tan importante para ti, iré contigo, pero deberíamos ponernos en marcha lo antes posible. Si tenemos suerte, el tito Rosadito no se dará cuenta de que no estamos hasta mañana por la mañana. Si mangamos un dracoleón, ni él ni Silver podrán rastrearnos.

Gromil sonrió y entró corriendo a casa a preparar su petate; le esperaba una gran aventura.

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