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Relato escrito por Konar. Hilo original aquí.



Hacía calor, como de costumbre, en aquel sofocante lugar llamado las Estepas Ardientes, un nombre bastante acertado, por cierto. El aire estaba contaminado por cenizas volcánicas y otras sustancias nada buenas para nuestros pulmones, por no mencionar las desagradables vistas ennegrecidas que tenía aquel desierto lugar.

Sin embargo, aún podía notar en la tierra herida que una vez fue tan verde y fértil como las mismas praderas de Mulgore. La tierra me susurraba con lástima, melancolía, estaba herida, y ya sabía que no tenía salvación. Sin embargo, al menos me susurraba... aunque tenía que esforzarme bastante. Los elementos guardaban un silencio sepulcral. Un silencio que al mismo tiempo trataba de decir algo. Sobre todo el fuego... aquel elemental...

Traté de no pensar mucho en ello, estaba con otra cosa en mente. Los ecos del pasado pululaban sin rumbo fijo por el lugar; los espíritus (al igual que los elementos) habían sido torturados en aquel horrible altar. Sentí remordimientos, pues solo buscaba a uno.

Ta'luhn estaba a mi lado, y me miraba con lástima. A sabiendas de lo que tenía que hacer. Él es mi compañero espiritual, un coyote espíritu. Todo guía espiritual tenía algún compañero; el de mi abuelo era un tigre de las llanuras y el de mi tatarabuela, un zancudo. Estaba seguro de que la Madre Tierra los enviaba para ayudarnos en nuestra labor.

Estaba asentado en una pequeña hoguera alejado del Puesto Llamaestrellas, lo suficiente para notar la tranquilidad que necesitaba. Era el campamento donde nos habíamos establecido aquella noche. Algunos ya estaban durmiendo, intentaban dormir, o se preparaban para ello. Otros... simplemente no duermen.

Dirigí la vista hacia Mu'sha a modo de súplica, que a duras penas podía visualizar entre el cielo nocturno nublado de ceniza, pero, como un rayo de esperanza que se abría paso a través de las nubes, me enseñó el camino hacia él. Cerré un momento los ojos, respirando hondamente, y los volví a abrir. Allí estaba el espíritu del líder tauren. De pie junto a lo hoguera. Frente a mí.

-Padre...- dije, observándole con detenimiento, quería guardar mis emociones.

El espíritu pareció sonreír, o eso quería creer. Más bien lo segundo.

-Hijo... ¿Soy libre?-contestó el espíritu, que estaba algo confuso y aturdido.

Asentí con un cabeceo lento.

-Sí. Esa anciana bruja está muerta. No jugará más con vosotros. Ya puedes reunirte con la Madre Tierra...

-Ahora... ahora recuerdo lo que pasó. Yo... lo siento. No tengo excusa.

Mantuve silencio durante unos segundos, más de los que debería, y bajé sutilmente las orejas.

-No pasa nada. Lo importante es que ahora eres libre.- debía mantener una postura neutral, de nuevo tuve que guardar mis sentimientos. Pues esa es la labor del caminante de los espíritus. Solo soy un puente. Mi deber me obliga a guiarlos, no a llorarlos.

-No solo eso. Recuerdo cómo morí. No fue por causas naturales.-hizo una leve pausa- Me... asesinaron esos chamanes oscuros por no doblegarme a ellos y entregaron mi espíritu a la bruja.

Mis sospechas se habían confirmado. Había sido asesinado. Apreté los puños con rabia y un sentimiento enorme de impotencia me invadió, pero logré serenarme hinchando de nuevo los pulmones. Bufé con incomodidad y chasqueé la lengua.

-Me lo supuse... recibirán su merecido.- sentencié, dejando escapar un gruñido.

-Pero eso no importa... no es venganza lo que quiero. Quiero saber cómo le ha ido a mi descendencia, saber lo que me he perdido por mi orgullo o... cobardía, o quizá ambas cosas...- se explicó.

-Tienes un nieto, padre.-suspiré sutilmente.- Se llama Kohmu y está en este momento realizando su aprendizaje como chamán en nuestras tierras, lejos de aquí. Lo echo de menos, y yo mismo debería supervisar su aprendizaje... pero el deber me llama, por eso estoy aquí.-

Él era el que más comprendía aquello.

Su viejo rostro traslúcido pareció brillar de pronto y sonrió.

-Un nieto, tengo un nieto...- empezó a imaginarse, en esa forma incorpórea, cómo podría ser ese descendiente.

Trató de abrazarme, pero me atravesó como el aire. Provocó en mí un escalofrío, y traté de mantener el vínculo, concentrándome. Se arrodilló, con arrepentimiento.

-Lo siento, Konar. Nunca debí abandonaros. Debí haber regresado y afrontado a las familias de los que habían fallecido. Haberme hecho responsable de todo. Pero, no lo hice. Fui un mal líder.-

Cerré los ojos y una lágrima recorrió mi rostro hasta alcanzar la chamuscada tierra.

-Está bien, padre. Te perdono... yo...- se me hizo un nudo en la garganta y tragué saliva- Debes partir y reunirte con nuestros antepasados.-

-No puedo perdonarme. No con lo que hice...- se lamentó.

Ta'luhn había desaparecido hace un rato y me extrañó cuando vi que no estaba. De pronto, lo vi aparecer a mi lado junto con el grupo de tauren que habían caído en aquella fatídica emboscada de los centauros. Aún llevaban encima los ornatos con plumas y armaduras de valiente con las que perecieron. No percibía ira o resentimiento en ellos. Tan solo honor y valor.

-¡Ta'luhn! Justo a tiempo...- sonreí, pues ya sabía lo que mi compañero pretendía.- Mira, padre. Creo que tienen algo que decirte.

-Jefe Muroon Terratótem- el grupo saludó de forma respetuosa y honorable.- No debes culparte por lo que pasó, nadie podía saber aquello. Nosotros entregamos nuestras vidas con gracia y orgullo con tal de saber que estábamos protegiendo a nuestra tribu, pues ese era nuestro cometido.- parece que había un portavoz.

El viejo tauren se volvió a levantar y contempló al espectral grupo que acababa de llegar. Los miraba con cierta lástima, y vergüenza. Pero sus palabras le llenaron de orgullo por los suyos.

-Queremos que vuelvas a ser el viejo jefe que velaba por los suyos, siempre con dignidad y honor. Nos duele verte así.- contestó el portavoz.

-Y a mí también...- dije, pues no pude evitarlo.

Tras un momento de silencio incómodo y tenso debido a las circunstancias, mi padre sonrió y dejo escapar una risita relajada.

-Estoy tan orgulloso de todos vosotros...- en ese momento miró hacia mí- Sobre todo de ti. Aquellas brujas tenían razón, pequé de orgullo. Orgullo por tener un hijo como tú, porque haces (y harás) grandes cosas por este mundo- dirigió su vista hacia el gran volcán Roca Negra- Dales una buena de mi parte y ni se te ocurra venirte a este mundo en el intento. ¿Prometido?

Asentí con firmeza y esbocé una sonrisa, con esperanzas recuperadas. Incliné mi cabeza hacia él, en señal de sumo respeto y de despedida. Dirigí la vista a Tal'luhn, y este comprendió enseguida lo que significaba aquella mirada, se puso en marcha y los espíritus le siguieron. Pues ellos ya sabían qué quería decir que el coyote partiera.

-Que la Madre Tierra os recoja en su seno...- asentí y los despedí.

Mi padre se giró, antes de partir en el horizonte y dijo:

-Gracias, Caminante de los Espíritus.- asintió, aún henchido de orgullo.

Se dio la vuelta y desapareció junto al resto. Sonreí.

Ahora, podía centrarme en el sufrimiento de los elementos... y no iba a ser tarea fácil. Dirigí la vista hacia el volcán, decidido, y volví al campamento junto al resto.

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