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Batalla en la Ciudad Templo
Imagen de Batalla en la Ciudad Templo
Información de la Batalla
Lugar Tundra Boreal
Resultado Derrota de la Plaga
Beligerantes
La Horda
Los Taunka
La Alianza
Los Colmillar
La Espada de ébano
La Plaga
Comandantes

Trasfondo[]

Desarrollo del evento[]

Nadie podría describir con palabras lo que significó encontrarse de nuevo con el que fuera el enemigo por excelencia de todo Azeroth durante muchos años.

Algunos de los presentes no se atrevían a mirar directamente la colosal estructura de la plaga, al pie de la cordillera que marcaba el final de la Tundra. Todo allí parecía de nuevo en funcionamiento, y la fantasmal figura de una necrópolis flotaba sobre ella como un insulto a los cruzados que habían derrotado al Exánime. El frenesí de los cánticos de los cultores llegaba arrastrado por el viento a las poblaciones cercanas de los Taunka o de los Colmillarr, de los que algunos de sus habitantes decían que eran fantasmas del pasado porque no querían creer que los muertos volvieran a levantarse.

Pero cuando alguno miraba al frente lo veía claramente: la plaga estaba de nuevo viva, más que nunca, y cerca. Cuando hubo un nutrido grupo de cruzados todos levantaron finalmente la vista, quizás por infundirse valor unos con otros. Algunos eran veteranos de la guerra contra Arthas, otros no habían visto jamás a un no-muerto, pero no importaba: a andar se aprende andando, y a darle el reposo a los muertos a golpe de espada, maza, y conjuros.

Mientras el gélido viento sacudía la capa de Klaussius, este se dirigía a los espías que iban a infiltrarse dentro de la fortaleza: 'Ratero' por parte de la Alianza y Zacknaféin por parte de la Horda:

- Vuestra misión es abrir las puertas de esa fortaleza. - ¿Sólo eso? - No, sólo eso no. También debéis marcar los objetivos para que la oleada de asalto sepan qué deben tomar y qué destruir. - De acuerdo. - A las ocho en punto, Ratero, las puertas deben estar abiertas, recordadlo.

Él y Zacknaféin se enfrascaron en una conversación en Thalassiano en la que ambos se pusieron de acuerdo. “Lo haremos”, dijeron finalmente. Y sus cuerpos se desvanecieron en las sombras para caminar entre ellas, tal y como sólo sabe y puede hacer un espía experimentado. 'Ratero' era el apodo de uno de los agentes independientes del IV:7 más voluntariosos y dedicados, y Zacknaféin tenía una consideración especial entre los espías de Lunargenta, una profesión en la que es difícil que los varones destaquen, puesto que los movimientos de los hombres suelen tender más al ruido que el de las damas. Pero no importaba, ambos avanzaban, ni como hombres ni como mujeres, sino con el sigilo y la astucia de una araña, cuya picadura mortal habría de allanar el camino al interior de la Ciudad Templo.

Una vez partieron, los hombres tuvieron un rato de descanso: los Caballeros de la Espada de Ébano se dirigieron a hablar entre sí, a la par que los paladines se arrodillaban en círculo para entrar en comunión con la Luz Sagrada, como era costumbre entre los Caballeros antes de una batalla.

Entonces llegó la fuerza de asalto de la Horda, comandada por la elfa llamada Sagrada, una veterana que había vivido conflictos bajo la bandera de la Alianza y de la Horda, y cuya imponente figura era capaz de hacer creer en la Luz al mayor de los escépticos. Entre todos no eran suficientes como para tomar la ciudad, pero sí como para que el plan tuviera éxito: entrar, dar un golpe y salir, una operación que no diera tiempo a que una defensa se organizara por parte de los malditos.

Cuando todos hubieron unido filas, y apoyándose Klaussius en una poderosa hacha de dos manos, llegó la hora de la arenga a la batalla. Si el hielo rodeaba al grupo de asalto, los corazones debían permanecer calientes. Hubo mención al conflicto que había entre las facciones de la columna, pero sólo para recordar el deber mayor que esperaba más adelante. Sagrada le hablaba a la par a los hombres de la horda.

Fue un momento a recordar cuando todos gritaron en su propia lengua madre refiriéndose al objetivo común al iniciar la carga de aproximación a la fortaleza, cuyas puertas saltaron por los aires de una andanada de virotes provocada por los espías. Una maniobra de guante blanco, ruidosa, pero efectiva.

¡Adelante! ¡Por Azeroth! ¡Alianza! ¡Tomad el patio!

Y las tropas de la Alianza, encargadas de mantener abierto un pasillo de salida, se dividieron:

Ildaira, Bargri y Klaussius, los tres paladines permanecieron a los pies de la puerta, mientras que Roek, Duermevela y McBlack guardaban el flanco derecho a hechizo y espada y Delerion con Khaldor, Lucerius y Zane de la espada de Ébano el izquierdo. Mientras tanto, Ratero adelantaba el trabajo con la ayuda de Zacknaféin.

Si la Alianza había de hacer de escudo, la horda hizo de lanza. Sagrada, Thenol Erhona y algunos más ascendieron por las escaleras del Zigurat principal, mientras que acababan con las vidas de los sorprendidos cultores... algunos San'Layn, o aspiarantes a ello, daba lo mismo. Un caldero de la plaga brillaba como objetivo marcado por los pícaros, así que recurrieron a la hechicería de Tergumel para derribarlo.

¡Cuidado! Se reorganizan! - Sonó la voz desde abajo de Klaussius, a la par de que la plaga cerraba filas y amenazaba con destrozar la defensa de la única puerta de salida. Una oleada de abominaciones apoyada por necrófagos y algunas gárgolas que bajaban en picado chocó de lleno contra las defensas. - ¡Todos al centro! ¡Al centro!

Mietras tanto y tras una serie de pistas las fuerzas de sagrada, dieron con que el poder de Zigurat provenía de un cristal maligno situado en su cúspide.

- ¿Podréis derribar eso? - Preguntó Sagrada a los suyos. - Sí, dese esa montaña. Desde arriba pondremos las cargas – Zacknaféin miraba a Tergumel. Parecían acostumbrados a trabajar juntos, y si no lo era, el asentimiento del mago, firme como una roca, dio a entender que sí. - Tengo cargas de seforio. - Terminó por decir este.

Zacknaféin y Tergumel acendieron para poner los explosivos, mientras que Ratero se unía a los ya debilitados defensores de la puerta.

¡Esa es mía! - gritaron a la par Bargri, Ratero y Klaussius, señalando a la misma abominación. Una que parecía más grande e inteligente que los demás, y que giraba en sus manos un garfio del tamaño de la cabeza de un dragón. El enano, Bargri, se adelantó con su arma sobre la cabeza, dispuesto a convertir ese amasijo de carne amenazante en taquitos, pero el gancho hizo una curva mortal y lo atravesó por la espalda.

- ¡Bargri! ¡Ventormenta! ¡Ventormenta! - sollozó Klaussius al ver el golpe en su Hermano Juramentado mientras que terminaba el trabajo que este había empezado. - ¡Ildaira! ¡Herido! ¡Tenemos un herido! - gritó al fin al comprobar que estaba vivo pero desangrándose.

Las fuerzas de la horda se acercaron a la puerta, donde rehicieron los rotos de la defensa de la Alianza que ya contaba la tercera oleada de enemigos, y que empezaban a ver cómo la élite de los no muertos formaba filas para cargar. Entonces el cristal explotó, y eso fue como una señal de carga para los enemigos enfurecidos. Con los heridos en brazos, ambos bandos rompieron filas por la puerta, perseguidos hasta que toparon con algunos cazadores escondidos de los Taunka y los Colmillarr que frenaron su avance lo suficiente como para que todos fueran evacuados en mitad de ese desorden. Esas razas, consideradas extrañas e inferiores por algunos de los más sofisticados habitantes de Azeroth habían salvado a los soldados que habían entrado, cumplido una misión en el corazón del enemigo y salido. Lo sorprendente es que lo habían hecho sin que nadie se los hubiera pedido... una forma de mostrar agradecimiento, quizás, por los hechos del pasado.

Una vez en el poblado Colmillarr de nuevo, los Cruzados y las Espadas de Ébano se miraron entre ellos. La estampida de retirada en la que hubieran podido perder la vida, y el haber corrido durante varios minutos como animales salvajes hizo que parte de la adrenalina se disolviera entre carcajadas. El sentimiento de victoria era mutuo, aunque en la cabeza de los más veteranos ya se sabía que no se iba a poder engañar al enemigo de nuevo así. En una guerra no hay muchas posibilidades de hacer ataques de oportunidad como este.

Y aunque todos estaban preocupados por la vida del valeroso enano, Sagrada y Klaussius eran conscientes de que el que la Alianza y la Horda no se atacaran entre sí era ya una victoria, que se completó cuando Gareus se hizo presente para abrirle un portal a los heridos a Dalaran, dónde podrían recuperarse poco a poco.

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