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Diario campaña














El contenido de este diario está escrito onrol por el personaje Jesabela Rocarena, y pertenece a la trama de eventos relacionada de La Guerra de los Fiordos - El Norte no olvida.

Introducción: La Caza del Kraken[]

Finalizados los acontecimientos del Tesoro de Quetz’lun, Jesabela recibió la noticia en Valgarde, cuando estaba dispuesta a volver a los Reinos del Este, de que una misteriosa flota Kvaldir dirigida por un enorme drakkar conocido como ‘El Kraken’ estaba bloqueando las rutas y puertos de Rasganorte, por lo que los viajes se habían interrumpido. Preocupada por el descubrimiento se puso en contacto con Garron Baines y Myrall Thompson, con los cuales viajó hacia las Colinas Pardas, donde se estaba reuniendo un destacamento de mercenarios y voluntarios de la Alianza. Una vez allí, en el Refugio Pino de Ámbar se toparon con Rebekka Ravencroft, la cual les confirmó la existencia de incursiones de los caminantes de la niebla, los cuales en un hecho sin precedente, también habían llegado a adentrarse tierra adentro.

Como si aquella revelación fuese un heraldo aciago, el grupo llegó al Antiguo Campamento de los Páramos de Poniente mientras era asaltado por una horda de Kvaldir, que fue rechazada. Allí contactaron con mercenarios contratados por la Alianza llamados Lobos de Velavento, a los que se unieron en la defensa.  Mientras que los militares preparaban estrategias para proteger los enclaves civiles, Jesabela fue junto a Rebekka y Garron hacia Arroyoplata con el fin de buscar a Djorvar, y preguntarle si sabía algo de aquellos eventos tan extraños que estaban empezando a suceder. El anciano escaldo les recitó la Edda de Isen, que narraba la historia de un antiguo tejedor de la niebla que aprendió este arte de los Kvaldir, y el que según la leyenda, confeccionó un cuerno que le permitía abandonar el mar y pisar la tierra. A pesar de que el relato no era más que un cuento infantil, los Hombres del Norte continuaron la búsqueda en el poblado trol de Zeb’Halak a sugerencia de los nativos del lugar, que habían detectado figuras ignominiosas allí.

Al arribar a las ruinas drakkari se encontraron con un repugnante ritual antropófago que estaban realizando unos trols de hielo de aspecto malsano, en honor a una criatura ominosa, gigantesca y tentacular, rodeada por unos Kvaldir. Aquel monstruo al que veneraban llamándolo ‘Dagovar’ reparó en la presencia de los intrusos y los atacó, sin conseguir derrotarles para morir en el intento. Despachada la abominación, los aventureros hallaron a un nórdico debilitado sobre lo alto de la pirámide principal del sitio, que permanecía con los ojos en blanco, totalmente lisérgico y perturbado. De aquel hombre emanó una voz cavernosa y pesadillesca que se presentó como Zhuul el Sanguinario, un antiguo caudillo drakkari que murió a manos del Rey Ymiron. Les reveló a los aventureros que el Cuerno de Isen, el de la leyenda, era real, y que por esa misma razón se estaban sucediendo aquellos acontecimientos. A cambio de tomar el cuerpo de Rebekka Ravencroft como recipiente de su esencia, se comprometió a ayudarles.

La mujer del Norte aceptó la propuesta y albergó el espíritu de Zhuul. Quien, ya en su nuevo cuerpo, indicó al grupo que el Cuerno de Isen había sido hallado en las catacumbas de la Isla Luna de Sangre, donde según la tradición, habría sido enterrado el legendario personaje. Sin perder mucho más tiempo, la compañía se puso rumbo al lugar señalado, adonde les acompañaría una organización de cazatesoros liderada por Pinaroth Thompson, familiar de Myrall. Una vez allí, encontraron los restos de la torre que una vez levantó el Archimago Arugal para controlar a los huargen de Colinas Pardas, la cual ahora ocupada por entes malignos tejidos de bruma, que se manifestaron con el aspecto de Kvaldir según los aventureros se acercaban. Durante el combate, Jesabela fue herida por un arpón, lo que le causó perder el conocimiento por dos semanas, en las que estuvo al cuidado de los médicos del Cónclave Donec Sanatore dentro del campamento militar de los Páramos de Poniente, que había sido reconstruido.

Cuando se recuperó de sus lacerencias, sus compañeros le pusieron al tanto de los últimos avances. En la Isla Luna de Sangre habían enfrentado a una sombra que se había identificado como el propio Isen, al cual lograron vencer, obligándole a retirarse; no sin antes dejar que un cuerno oscuro cayese de sus espectrales manos. Zhuul el Sanguinario les advirtió que aquel objeto no era el que atraía a los Kvaldir llevando la niebla, sino el que deberían soplar para levantar aquel sortilegio. No obstante, esto no podría hacerlo cualquiera, sino un descendiente de sangre del mismo Isen. Para ello viajarían hacia la Fortaleza de la Guardia Oeste en el Fiordo Aquilonal, donde la Alianza había rescatado un archivo del Clan Hardrada en el que se registraban los árboles genealógicos de distintos linajes de  los Hombres del Norte.

En aquel lugar conocieron a Thorvald Rasmusson, encargado del archivo, quien indicó al grupo que en efecto el último descendiente conocido de Isen era un tal Magnus Iverson, el cual había fallecido cuarenta años atrás sin descendencia alguna y que sus restos descansaban junto a la Colina Escudo; un vetusto cementerio aledaño a los fiordos occidentales de la región. Con la ayuda de una mujer nórdica del clan Hardrada, los viajeros alcanzaron la antigua necrópolis e identificaron el lugar del eterno descanso del hombre al que buscaban. Ante su tumba, Zhuul realizó un oscuro ritual para invocar el alma del fallecido, el cual les confesó en su tortura que él había dejado un hijo antes de morir y que lo había enviado con los Kalu’ak de Komawa. Con la información que necesitaban, Zhuul despidió al espíritu del hombre muerto y puso rumbo a la isla de los Colmillarr.

Los hombres foca les recibieron con mucha curiosidad, pues su búsqueda según ellos coincidía con una vieja Profecía. Sin embargo, y  a pesar de las pesquisas realizadas, allí tampoco encontraron al último descendiente de Isen, por lo que tuvieron que buscarlo en el Puerto Moa’ki del Cementerio de Dragones.  En aquel poblado en cambio sí obtuvieron más información de su paradero y del obscuro augurio que lo rodeaba. Uno de los ancianos colmillarr les aseguró que él sería la clave para disipar aquella amenaza, pero no era conocido entre ellos por su nombre humano, sino por el de Onokmawé. Este mismo personaje, que parecía esquivo, había partido unos días antes en dirección a Kashala, un asentamiento de aquella raza que estaba siendo reconstruido y en el que se había avistado una fuerte presencia de Kvaldir, los cuales permanecían obsesionados en que aquel lugar jamás volviese a recuperarse.

Tomando uno de los barcos tortuga de los hombres foca, junto a varias unidades de guerreros nativos que los acompañaron, arribaron dos días después a la Tundra Boreal, que en cuya costa oriental se estaba desatando una brutal batalla entre los Kalu’ak, dirigidos por un hombre del norte, y una muchedumbre de Caminantes de la Niebla. Sumándose como refuerzos a la lid, los aventureros se abrieron paso con sus armas hasta llegar cerca de Onokmawé, que en el último instante fue capturado por los atacantes y llevado a uno de los drakkares enemigos. En el fragor del combate, cuando parecía que los Kvaldir iban a destruir a todos sus combatientes, la flotilla del Clan Ravencroft prestó cobertura a los nativos y a la compañía, permitiéndoles derrotar a los monstruos de la bruma restantes.

Jesabela Vikinga

Jesabela tras la Batalla del Desembarco de Hrothgar. Ataviada con casco nórdico.

Sin tiempo para recobrarse de las heridas y de la fatiga de la batalla, el Jarl Alban Ravencroft les instó a subir a los drakkares para perseguir a lo que quedaba de los navíos Kvaldir que huían en dirección al Desembarco de Hrothgar, en Corona de Hielo. Tras una semana de larga persecución finalmente se produjo una batalla naval entre los barcos de los Ravencroft y de los Caminantes de la Niebla.  Jesabela, recordando la valiosa instrucción que le habían impartido en su estancia en la Armada de Kul Tiras se presentó voluntaria para capitanear uno de los barcos y llevarlo a tierra firme, al corazón de los dominios de sus enemigos.

A pesar de la determinación de la sureña, dos drakkares de los Kvaldir se lo impidieron, pero la artillería y el manejo del barco, más pequeño y rápido que el de sus rivales, permitió realizar una arriesgada maniobra apartándose del rumbo de las naves contrarias y provocando que ambas chocasen frontalmente la una contra la otra. Superado el obstáculo, los aventureros quedaron asombrados cuando vislumbraron en la lejanía la embarcación que había comenzado todas aquellas vicisitudes, ‘El Kraken’. Consciente de que no tendría ninguna oportunidad en un enfrentamiento contra aquella monstruosidad, Jesabela impactó la proa del barco que capitaneaba contra el lado de estribor del Buque Insignia Kvaldir, logrando de este modo realizar un abordaje muy poco ortodoxo y sumamente temerario. Los acontecimientos se precipitaron, y rápidamente los Caminantes de la Niebla comenzaron a luchar cuerpo a cuerpo contra los intrusos, quienes ganaban terreno a cada segundo. De nuevo providenciales, cuando el capitán de los Kvaldir (un repulsivo ser llamado Ojo Negro) caía en combate, los Ravencroft junto a otros clanes del Pacto de Sangre reaparecieron para asegurar el desembarco de la compañía de sureños y Hombres del Norte en Hrothgar. Allí, en lo alto del promontorio principal de la Isla encontraron un altar sobre el que se estaba realizando una negra ceremonia.

Como víctima de sacrificio pudieron reconocer a Onokmawé, el último descendiente de Isen. El operador del rito era un hechicero tejeniebla que ya había hundido su hoja rúnica sobre el cuerpo del nórdico, que se sacudía entre espasmos, sin ninguna posibilidad de escapar. Llegada la hora decisiva, Zhuul el Sanguinario desencadenó su verdadero poder, pese a arriesgar la vida de la poseída Rebekka, y entonó un cántico tétrico que desestabilizó al conductor del ritual y lo derribó al suelo. Aprovechando el aturdimiento momentáneo del brujo Kvaldir, Jesabela tomó sus espadas y se lanzó contra él, atravesándole y dándole muerte. Sometidos ya todos los enemigos, y notando que Onokmawé se encontraba entre los estertores de la muerte, los aventureros le dieron a este el cuerno que levantaba la maldición de la niebla, el cual sopló con todas sus energías hasta que su vida se agotó, provocando un sonoro retumbar en las tierras del norte, desvaneciendo la bruma, y con ella, a los Kvaldir.

Como reconocimiento de aquel éxito, y de vuelta en Valgarde con ‘El Kraken’ capturado a modo de trofeo de guerra, el Gran Jarl Erik Hardrada nombró a Jesabela miembro honorífico de los Hombres del Norte, y dispuso que fuese tratada con los máximos honores entre su pueblo. Con ello, y con verdaderos deseos de regresar al cálido sur, Jesabela se despidió de Garron Baines y de su mujer, Myrall, que había quedado embarazada de él en los largos meses que habían pasado en Rasganorte. Dando asimismo su estancia en el Pacto Áureo como finalizada, Brunhild, como la conocían en aquellas frías latitudes, regresó al Reino de Ventormenta para gozar de la tranquilidad, y poner bajo resguardo su porción del Tesoro de Quetz’lun.

Sin embargo, sus peripecias por Rasganorte continuarían meses después, cuando Rebekka Ravencroft la alertó de que Zhuul, el espíritu trol que la había poseído, estaba levantando un ejército de no-muertos, trols y vrykul desde Zul'Drak, empleando precisamente el cuerno maldito de Isen que recuperó tras la última batalla contra los kvaldir. A consecuencia de esta nefasta noticia, Jesabela empleó parte del dinero del tesoro de Quetz'lun en contratar una compañía de mercenarios, llamada Los Coyotes Negros. Con estas fuerzas, asimismo, dio parte a las autoridades de la Alianza sobre el levantamiento de Zhuul, lo que le permitió que fuera asignada como Comisionada del Ejército Real en Rasganorte, al servicio del Capitán Adams de la Fortaleza de la Guardia Oeste en el Fiordo Aquilonal.

Entrada 1[]

Fiordo Aquilonal

Paisaje cercano a Guardia Oeste, en el Fiordo Aquilonal.

Hemos llegado a la Fortaleza de la Guardia Oeste. El Fiordo se presenta con una mejor temperatura que las gélidas borrascas invernales y los bosques pierden su capa de nieve para mostrar un húmedo verde, algo que agradezco enormemente, pues no creo que hubiese aguantado otro invierno así. Incluso Rasganorte da la bienvenida a la primavera, pese a que los eventos que comienzan con ella no sean los más esperanzadores.

Durante la travesía el grupo de mercenarios que contraté en Ventormenta ha cazado un colmipala joven que había perdido contacto con su madre, o eso creemos. Son hombres duros, se hacen llamar ‘Los Coyotes Negros’, pues todos tienen tatuados este animal en la mejilla izquierda. Su capitán se llama Graham Walster, un hombre entrado en la cincuentena, calvo, de estatura media y que porta una espada bastarda de aspecto desvencijado. Sus compañeros de armas lo apodan ‘Viejo Wal’, y se refieren a él con un profundo respeto. Según me contaron, participaron en la Guerra de Pandaria, donde murieron varios de ellos en una jungla extraña llamada Krasarang luchando contra la Horda. Desconozco cuáles son los peligros del continente de los pandaren. Aunque he oído historias sorprendentes, dudo que sea tan mortal y agresivo como lo son las tierras del norte.

El más joven de los mercenarios es un mestizo medio enano al que llaman ‘Canijo’. No tiene aspecto de ser el más fiero, pero creo que es el más inteligente. Es el que negoció conmigo el pago que les daría a cambio de su servicio. Sin el cual, el Ejército de la Alianza jamás me habría aceptado como Comisionada para asesorar al Alto Mando en Rasganorte. No sé cómo reaccionarán los oficiales de Su Majestad al conocerme. Hace muchísimo tiempo que no sirvo en una organización militar y dudo que los conocimientos náuticos que me enseñaron en la Armada de Kul Tiras sirva aquí para algo. Pero conozco bien a los Hombres del Norte, sus clanes, sus costumbres, sus gentes y las tierras que dominan; desde el Fiordo hasta Zul’Drak. Eso es realmente lo que más valor tiene para este conflicto que se acaba de desatar.

Cuando llegué a Fortaleza Oeste, dispuse que Walster desplegase a sus hombres cerca del cuartel. Uno de los soldados del Ejército del Rey frunció el ceño al observar este gesto, pero si algo aprendí de mi familia paterna, los Landcaster de Crestagrana, era que los soldados siempre tienen que estar cerca del centro de gobierno si es que se quiere tener participación en este. Aunque por supuesto, la orden que di era meramente simbólica. Por otra parte, reparé en que el enclave militar contaba con menos tropas de lo que yo había esperado, quizás por esta razón los oficiales de la Alianza me habían aceptado en cuanto les informé del levantamiento drakkari y vrykul que ya había sido corroborado por los mismos exploradores  militares.

Una vez me despedí de mis mercenarios me dirigí hacia el cuartel donde estaban los oficiales. Por el camino me encontré a un caballero del ejército del Rey llamado Sir Baldrín Ventfort, el cual se presentó completamente uniformado,  y que estaba acompañado de un sacerdote que la Cruzada Argenta nos había mandado y que estaba instalando un hospital de campaña para los posibles heridos que pudiésemos recibir. Por lo visto, ambos estaban al tanto de mi llegada, y fueron tan amables de llevarme ante el Capitán Adams, un corpulento enano que estaba al cargo de la base aliada.

Este Capitán me ordenó que informase sobre la situación. Comencé a explicarles desde el principio lo que había sucedido en los acontecimientos de lo que se llamó ‘La Caza del Kraken’, que supuso la aparición de los Kvaldir en tierra, el descubrimiento del Cuerno de Isen y por supuesto, les hablé sobre Zhuul el Sanguinario. El espíritu de un caudillo drakkari muerto hace miles de años por el Rey Ymiron de los vrykul  en Zeb’Halak. Todos parecieron quedar algo perplejos por lo que les relataba, pues verdaderamente hay cosas que son difíciles de creer. Les conté que es muy probable que Zhuul esté despertando vrykul durmientes mediante el Cuerno de Isen, y que del mismo modo estuviese reuniendo bajo su mando a los supervivientes trols de la caída de Zul’Drak.

Esto explicaría el hecho del despertar de muchos guerreros de Ymiron que permanecían aún escondidos en Gjalerbron, desde donde se había reportado que muchos de ellos se estaban agrupando para lanzar algún ataque contra una de las zonas de la región de los fiordos. Desplegué un mapa confeccionado por los Hombres del Norte en la mesa del Alto Mando, y les mostré dónde sería posible que estos avanzasen. El caballero Sir Baldrín creyó conveniente que mandásemos tropas hacia Skorn, un antiguo poblado abandonado de los vrykul, que era el más cercano a Gjalebron. Personalmente no coincidía con este parecer, pues me parecía más importante primero tomar las islas de Komawa y del Cabo Pillastre, donde conseguiríamos recursos pesqueros, ganaderos y madereros, aparte de un posible auxilio por parte de los colmillarr locales.

El Capitán Adams convino con mi opinión, a la que se sumó el sacerdote Argenta, por lo que  al noble caballero, que estaba deseoso de batallar contra el enemigo en Skorn, se le asignó la tarea contraria, y se le dio orden de partir hacia las islas con diez soldados para controlar la zona. Tras esta primera reunión me puse en contacto mediante paloma mensajera (si es que puede llamarse así a una enorme ave de plumaje marrón más cercano a un halcón que otra cosa que vive en Rasganorte) con el Jarl Sigurd, del Clan Nibeljorn. Este me reveló que sus hombres se habían apostado en Utgarde y que desde allí habían visto señales de humo procedentes de Skorn, que quizás a estas horas ya esté en manos de nuestros adversarios.

Cuando acabé de redactar las cartas el intendente de la Fortaleza me entregó una insignia de las fuerzas de la Alianza y un uniforme. Supongo que como comisionada en el ejército no solamente debo serlo, sino también parecerlo. Me siento extraña con el equipo puesto, es cómodo aunque un poco aparatoso. La última vez que vestí uno parecido era de color verde y portaba el ancla dorada.

Entrada 2[]

Esta mañana ha llegado una canoa desde Komawa con cinco colmillar lanceros que se han presentado para reforzar nuestras defensas. Todo indica que Sir Baldrín ha tenido éxito en su misión y que ya controla el primer islote. Después de la comida (otra vez sopa de ajo y pescado) he ido a ver al Capitán Adams para poder planificar los movimientos del día.

Le he dado mi opinión sobre asegurar todas las islas occidentales del Fiordo para asegurarnos un lugar de fácil control y de posible retirada en caso de que los vrykul logren superar nuestras murallas. Tenemos noticia de que en el Cabo Pillastre todavía quedan algunos restos de bandas piráticas. Creemos que Sir Baldrín podría moverse con sus tropas hacia esa dirección y someter a esos bandidos del mar. Es probable que algunos sean reacios a colaborar, por lo que le he sugerido al Capitán que les suministre el perdón Real en caso de que se unan a nosotros, o bien que les extienda patentes de corsos a los más renombrados que se encuentre allí; ya que nos serían más útiles vivos que muertos.  El oficial enano que comanda Guardia Oeste también es del sentir de que esta es la mejor estrategia, y me ha pedido que le escriba un mensaje a Sir Baldrín con estas últimas disposiciones. Él hará lo que esté en sus manos para lograr el perdón del Rey para los piratas que abandonen su mala vida y engrosen las filas de la Alianza. Si con esto también podemos adquirir algún navío, aunque sea una triste coca o carabela, sería una ayuda invaluable.

Por la tarde he avisado al Señor Walster para que dispusiera a sus hombres, ya que al caer la noche avanzaríamos hacia Skorn según lo acordado con los Hombres del Norte, para tomar tal lugar en una acción conjunta. Mis mercenarios de momento trabajan rápido y sin chistar, son buenos profesionales. Varias horas después, cuando estábamos listos para partir, el sacerdote Argenta, también entrado en años y canoso se ofreció a dar un sermón de despedida para mis hombres. Pensé que sería buena idea que el clérigo inspirase la moral de los soldados insistiendo en una misión religiosa que para algunos puede tener un significado especial o que les pueda ayudar a luchar sin miedo. Los Coyotes Negros no parecen tipos especialmente píos, aunque vi que entre ellos, Canijo y otro al que apodaban la Marquesa, por llevar siempre bien peinados y afeitados sus cabellos castaños, le prestaban atención y se persignaban antes de salir.

De camino hacia Skorn pudimos detectar en el cielo varios protodracos vrykul que se dirigían a Utgarde, para atacar a nuestros aliados. Dos de mis mercenarios se acercaron para ver de cerca el combate y me informaron de que la ofensiva de nuestros contrarios fue un fracaso y que habían sido detenidos por los lanzadores de arpones que los Hombres del Norte poseían. Podíamos seguir avanzando sin temor a que la operación se detuviese. A cada paso que dábamos, escuchábamos los gritos de los vrykul que aún defendían Skorn. A pesar de ser de noche, aún quedaba un brillo lejano de luz y las estrellas brillaban en la cúpula celeste. Podríamos atacar por un lateral cuando estuviéramos preparados.

Cuando por fin arribamos al perímetro de las murallas de madera casi derruidas de Skorn, di la orden de que en lugar de asaltarlas, cruzásemos por unas rocas que creaban un paso natural por el río aledaño que nace de las montañas septentrionales, de modo que pudimos pasar sin ser vistos. Sin embargo, una vez en el interior, reparamos en que nuestros socios nórdicos se nos habían adelantado y que ya estaban masacrando sin piedad a los brutales gigantes. Habíamos tomado el enclave sin perder ningún solo hombre. Finalizada la refriega, dispuse al Señor Walter que colocase a sus arqueros en la torre exterior del poblado y que tuviese la mira pendiente en Gjalerbron. A continuación parlamenté con el Jarl Sigurd Nibeljorn que era el encargado de la operación, el cual iba acompañado de otros hombres de su pueblo. En un primer momento, les expresé mi preocupación de que quizás los vrykul nos habían dejado tomar Skorn con mucha facilidad para lanzar un ataque masivo contra nosotros, como si fuese una trampa. Los nórdicos debatían entre ellos sobre continuar con la ofensiva o reforzar lo que habíamos conquistado.

Sin embargo, la charla no fue más allá porque a la media hora comenzamos a escuchar claramente tambores de guerra procedentes de Gjalerbron, y los cánticos de guerra de los vrykul que se acercaban hacia nuestra posición. Nuestros vigías desde las torretas nos alertaron de que nos superaban ampliamente el número, y que confrontarles en Skorn con las defensas aún sin reforzar era demasiado temerario. El Jarl Sigurd parecía encantado con que el enemigo apareciese, y cogió con presteza a sus hombres para disponerlos cerca del puente del enclave para detener el avance adversario. Como tengo constancia de la insensatez de estos nórdicos y su amor por las gestas épicas en las que la mayoría suele morir de forma absurda, avancé con ellos para tratar de fraguar otra alternativa.

En el puente, reparé en que los semigigantes enviaban a un heraldo para negociar, algo que me desconcertó hasta lo indecible, pues pensaba que esos salvajes eran poco amigos de la diplomacia. El vrykul que se nos adelantó nos dio dos opciones: retirarnos sin sufrir ninguna baja o permanecer en Skorn hasta que nos matasen a todos. Los Hombres del Norte, o al menos el Jarl de los Nibeljorn como era de esperar, quiso pelear hasta el final, ya que supuestamente sería una deshonra para ellos evadir un combate. Seguir luchando me parecía una locura, pues la situación no nos favorecía en absoluto y yo no sabía cómo se las iban a ingeniar mis mercenarios para combatir contra los vrykul, un rival que aún no habían catado nunca y que les podría sorprender si no se les tomaba la medida. Por esta razón quise tantear si la oferta del heraldo de Gjalerbron era sincera o no, por lo que le pedí que jurase sobre los titanes que ciertamente nos dejarían marchar.

Quizás ofendido por mis palabras, o incapaz de seguir ocultando su argucia, el heraldo enemigo comenzó a gritar como un enajenado y sopló un cuerno de guerra para dar inicio a la batalla. Rápidamente, dispuse que el Señor Walster colocase a la fila de escudos junto a la de los nórdicos mientras que yo me colocaba detrás de ellos, preparándome para el combate. Miré hacia atrás y vi que los arqueros se estaban colocando. Todo estaba sucediendo muy rápidamente y nuestros contrincantes nos tenían desconcertados, justo donde nos querían. Ellos tenían berserkers, los cuales cargaron contra nuestros defensores matando brutalmente a seis, partiéndoles por la mitad y arrojándoles desde el puente río abajo.

Jesabela y los Coyotes Negros

Jesabela con los Coyotes Negros tras la refriega en Skorn.

Sin embargo, todavía quedaban más de veintinueve de nuestros hombres aguantando. En aquel momento le dije al Jarl de los Niibeljorn que deberíamos marcharnos de inmediato si no queríamos morir en vano. Podríamos regresar en otra ocasión y retomar Skorn con más fuerzas. El nórdico no pareció tomarse bien este plan, pero gracias a la Luz o a sus Titanes se mostró sensato y accedió a que nos retirásemos cada uno a nuestras posiciones. Ellos a Utgarde y nosotros a Guardia Oeste. Aprovechándonos de que aún nuestros rivales no habían pasado por el puente, uno de mis Coyotes Negros cortó una de las cuerdas que mantenían los peldaños de madera para desestabilizarles y darnos unos minutos para volver a nuestra base sin que nos pudiesen perseguir.

De vuelta a la Fortaleza Guardia Oeste mis mercenarios me pidieron permiso para honrar con una ronda la memoria de los tres compañeros suyos que habían caído en la lucha: Jeremías, Tobías y Elphías, los tres naturales de los Páramos de Poniente. Les di permiso para hacerlo durante una hora, tras la cual deberían retomar a sus obligaciones. El sacerdote Argenta también tuvo noticia de nuestros caídos y se ofreció a rezar una oración por sus almas. Acabé finalmente la jornada informando al Capitán Adams de lo sucedido, quien valoró comedidamente lo acontecido. Habíamos conseguido mantener nuestras plazas y expandirnos por Cabo Pillastre sufriendo sólo tres bajas, algo que era ligeramente positivo. Además, diría que le alivió saber que los muertos eran simples mercenarios.

Entrada 3[]

Me he levantado hoy un poco temprano para poder ensayar una táctica militar que tengo pensada realizar contra los vrykul. El capitán Adams ha aparecido también por los campos de entrenamiento para ver qué es lo que quiero hacer con mis Coyotes Negros y los propios soldados de la fortaleza. Diría que no se fía mucho de mí, más aún siendo enano, con lo testarudos que son. Le expliqué al Señor Walster que lo primordial luchando contra los semigigantes era la disciplina y la movilidad, porque ellos solían carecer de estas al ser tan individualistas y agresivos como los Hombres del Norte. Sus muchachos parecieron quedarse rápidamente con lo explicado, pues alguno tenía experiencia cazando tauren en los Baldíos, que son también de gran constitución.

Cuando acabamos las maniobras llegó otra canoa más con colmillar preparados para la acción. Eran cinco lanceros gruesos y corpulentos que portaban grandes escudos de madera reforzada con cuero repujado. Llevaban largas barbas y tatuajes de guerra pintados con tinta. Estuve hablando con ellos un rato sobre cosas anodinas de su cultura que no me llamaban demasiado la atención pero que servía para que me cogieran confianza. Uno de los hombres-foca me dio como señal de amistad un colgante con un adorno en forma de moai elaborado en hueso de ballena que representaba a una deidad suya acuática. Para agradarles me lo puse de inmediato y les acompañé a una tienda que los otros de su raza que habían montado con anterioridad. Allí comenzaron a charlar y a bromear en su lengua de forma amigable. Al dejarles instalarse, me dirigí al cuartel y le pedí al Capitán Adams que me permitiese incorporar los colmillar a mi división de los Coyotes Negros. Este no vio ningún inconveniente, ya que prefería encargarme de los auxiliares más que de las fuerzas regulares del ejército, a los cuales dirigía él mismo u otros caballeros de menor rango.

Tomowama

Tomowama, el veterano guerrero Colmillarr.

Con el permiso de mi oficial, fui a buscar al Señor Walster, que estaba fumando tabaco de pipa cerca del campamento de la compañía y le pedí que me acompañase a conocer a sus nuevos compañeros de batalla. El líder de los Coyotes Negros me dijo que sería capaz de poder mandar a aquellos peculiares nativos, y rápidamente comenzó a hablar con el cabecilla de los kalu’ak, de aspecto maduro como el de mi mercenario, pero el triple de gordo. Llevaba los colmillos tallados con algún significado especial para su pueblo y tenía una larga barba grisácea anudada al cinto de piel de colmipala que lucía. Se llamaba Tomowama y por lo visto era un guerrero muy experimentado en su tierra. Sus congéneres lo habían elegido como portavoz por su edad y experiencia.

El resto del día lo dedicamos a descansar y a planear los movimientos de la próxima jornada. Parece que el enemigo tampoco va a realizar ninguna operación hoy.

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El Capitán Adams piensa que estoy loca. Le he expuesto mi estrategia después de la comida y por poco le da un ataque por la risotada que ha soltado. La razón de su burla se debe a mi proposición de atacar Gjalerbron directamente con todas nuestras fuerzas disponibles en Guardia Oeste, dejando tan sólo unos pocos hombres junto a los corsarios que Sir Baldrín Ventfort estaba por traer de las islas occidentales del Fiordo Aquilonal. Sé que es una maniobra extremadamente arriesgada, y que puede traer nefastas consecuencias si llegamos a fracasar, ya que los vrykul podrían tomar represalias y asaltar nuestro bastión prácticamente sin oposición.

A las siete de la tarde he regresado al cuartel y he insistido en llevar a cabo la operación. Me he ofrecido voluntaria para comandar a mis tropas y tanto el Señor Walster como Tomowama están de acuerdo con mi decisión. Como sé que no quiere que dirija muchas tropas regulares le hice ver que la gran mayoría de las fuerzas de ataque estarían compuestas por mis mercenarios y los colmillar; por lo que me bastaría con una decena de soldados del ejército que, en caso de que nuestro ataque fuese un fiasco, son los que trataría de salvar para regresar. Aunque el Capitán Adams no parecía aún muy convencido del plan, al menos me dijo que se lo pensaría.

Una hora más tarde salí a las murallas y le pregunté al sacerdote Argenta, Alfdaen, si querría acompañarme al posible ataque contra Gjalerbron. En un primer momento pareció recelar, pero le dije que las tropas necesitarían toda moral encontrada en la fe que pudieran conseguir. Pues el enemigo era terrible y muy violento. Afortunadamente este hombre no es como un cura de parroquia de pueblo, y parece estar forjado en lo bélico, porque no me costó mucho convencerle. Cuando estaba dispuesta a encararme de nuevo con el comandante de la fortaleza, apareció Sir Baldrín con unos cuantos piratas que se habían acogido al Perdón Real. Me pareció conveniente informarle de mis intenciones, a pesar de que se quedase a cuadros, pues creyó que era sumamente insensato. Sin embargo, como me da la sensación de que no le caigo en gracia porque fui la responsable de que lo enviasen a tomar las islas, me deseó buena suerte y se fue a acondicionar a los nuevos reclutas.

Era el momento de tomar una decisión. “Mire, Rocarena”, me dijo el Capitán Adams, “Su plan es una locura. No le voy a ocultar que puede ser un fracaso absoluto o un triunfo sin precedentes. Quiero que hagamos un trato.” Ese trato consistía en que si yo caía contra los vrykul y su Rey Isgerdur en Gjalerbron, quedaría fuera del Ejército, se me despojaría de cualquier mando posible y se me acusaría de desacato ya que mi acción pasaría a ser considerada como un acto caprichoso personal mío y sin autorización. Aquel acuerdo era una rastrera forma para que el enano salvase su gordo culo en caso de que mi estrategia fuese una chapuza absoluta. Sin embargo, quizás fue aquella salvaguarda tan infame, y la burla que me había hecho horas antes que lo que me hizo sentir realmente despreciada y hundida. En ese preciso momento posé la mirada en un pendón de la Sala de Mando del cuartel, el cual lucía un león rugiente. Mi mente no voló hacia Ventormenta o hacia el Rey Varian, sino a Crestagrana, hacia mi familia paterna. Quizás fuese la bastarda de los Landcaster, la que era morena y no rubia. Pero estaba segura de que en mis venas también había una leona. Y este era el mejor momento para averiguarlo.

Los soldados regulares que Adams me facilitó eran sin duda los peores que había. Pero por lo menos tenían instrucción y disciplina, justo lo que yo quería. Mientras cruzábamos puentes y fiordos mi cabeza  no hacía más que darle vueltas a la estrategia de combate que iba a seguir. Había vivido muchos meses con los Hombres del Norte, y confiaba en que los vrykul tuviesen las mismas carencias que ellos. El individualismo, la falta de táctica, los rituales de honor antes de la batalla, y una fuerte concepción de la hazaña personal que les conducía a una pérdida total de la disciplina o al movimiento conjunto. Ya le había contado los planes a seguir al Señor Walster, quien estuvo de acuerdo conmigo en que aquella manera de explotar las faltas de nuestros rivales era la única manera de obtener la victoria.

Cuando llegamos a Gjalerbron conseguí la primera de mis metas, cogerles por sorpresa y sin que se lo esperasen. De no ser porque estaba nerviosa me hubiese reído por los rostros desconcertados de aquellos bárbaros monstruosos que no parecían creerse que unos simples humanos del sur y un puñado de colmillar hubiesen tenido los arrestos para atacarles de frente. A pesar de que mi impulso me gritaba dar la orden de carga en ese momento, mantuve a las tropas frente a la ciudadela vrykul, cumpliendo cierto ritual de honor que hizo que mis enemigos tuviesen tiempo para agruparse y para que su sangriento Rey saliese para burlarse de nosotros. Esto también ocurrió como imaginé, ya que Isgerdur no se hizo esperar demasiado, y prácticamente al instante se pavoneó ante nosotros escupiendo al suelo. La antigua tradición del norte dictaba que ahora cada comandante dijese unas palabras para resaltar el coraje de sus fuerzas y amilanar al contrario. Yo me mantuve en silencio para que el cabecilla de los gigantes comenzase.

Cuando acabó de pronunciar entre gritos la primera frase y se disponía a proferir la segunda di la orden de carga por parte de los colmillarr, quienes fueron bloqueados por los vrykul como buenamente pudieron. Aquel monarca salvaje parecía muy colérico por haber interrumpido su discurso y al momento empezó a vociferar y a hacer gestos a unos lanzadores de arpones que se afanaron a ocupar sus puestos para que nos atacasen. La rabia que emanaba de ellos comportó que sus lanzamientos no fuesen atinados y que me dejasen unos segundos preciosos para hacer una seña al Señor Walster, cuyos arqueros se habían posicionado en una loma cercana y que ya tenían a tiro a los rabiosos gigantes. Por otra parte, la exigua caballería que me había proporcionado el capitán Adams también había desaparecido sin que nuestros enemigos se hubiesen dado cuenta para atacarles por un flanco mientras los kalu’ak contenían a la mayoría de los efectivos enemigos, que luchaban cuerpo a cuerpo.

Lo que ocurrió a continuación fue una de las mayores masacres que he podido ver. Mientras mis colmillar no dejaban avanzar a los vrykul, las flechas de los Coyotes Negros hacían blanco en los enormes cuerpos de nuestros adversarios que desde el flanco contrario, estaban siendo empujados hacia el centro por la caballería. Desesperados, fue entonces cuando la indisciplina barbárica de estas gentes de Rasganorte afloró como nunca. Los que no murieron en ese ataque trataron de seguir luchando de forma absurda sin contar los unos con los otros en lugar de atrincherarse en el interior, por lo que aproveché esa acción para seguir avanzando. A cada instante que pasaba, más era la sangre enemiga la que regaba el suelo de Gjalerbron, hasta que tan sólo quedó en pie el Rey Isgerdur, con los ojos salidos de sus órbitas y aún sin asimilar lo que acababa de suceder.

Rey Isgerdur

El Rey Isgerdur de los vrykul acabó perdiendo la batalla y la cabeza en Gjalerbron a manos de la Alianza.

Miró hacia un lado y a otro de su ciudad, como esperando a más de sus guerreros. Pero lo único que pudo ver fueron sus cadáveres despedazados por mis hombres. Pocas veces me he sentido tan exultante como en ese momento. Acabamos por rodearle, dando lugar a ese momento que a los escaldos les gusta tanto narrar; cuando un gran líder, vrykul o no, pronunciaba sus últimas palabras contra el vencedor, antes de morir, de forma honorable. Sin embargo, ese Rey había olvidado que yo soy una sureña, por lo que me acerqué a él posando mis espadas en su pútrido cuello, y se lo rebané cuando empezó a murmurar algún insulto ininteligible para nosotros. Su cabeza peluda y fea rebotó contra el pavimento de Gjalerbron y salpicó un poco antes de que pudiese agarrarla del pelo, como ellos hacían con los derrotados, y se la mostré a mis hombres que tan bien habían luchado, los cuales empezaron a jalear y a dar hurras por la victoria que habíamos cosechado.

El sacerdote Argenta, Alfdaen, dijo que habíamos sido ayudados por la Luz, ya que el triunfo había sido tal que ni siquiera habíamos sufrido bajas, mientras que ellos habían sido aniquilados. No me considero una persona muy devota, pero desde luego hoy creo más que nunca en que hay una fuerza superior que nos ha echado una mano. Tengo ganas de ver la cara que se le va a quedar al Capitán Adams cuando le envíe la cabeza del Rey Isgerdur, quizás incluso quiere mandársela a Su Majestad Varian en Ventormenta.  Aún con la moral por las nubes, ordené a mis fuerzas que retirasen los estandartes vrykul y que colgasen las pocas banderas y estandartes de la Alianza de las paredes que habíamos traído con nosotros. También mandé que cortasen las cabezas de nuestros enemigos caídos y que las clavasen en picas en la entrada del enclave para que los salvajes que aún controlaban en Skorn tuviesen noticia de lo que les estaba esperando. A continuación, fui con el pater, el Señor Walster y Tomowama al interior del castillo enemigo, que estaba repleto de armas, suciedad, vituallas y algunos objetos esculturales de su estirpe junto a alguna riqueza olvidada de tiempo atrás. Todos los muebles nos iban muy grandes, desde las sillas hasta las mesas, pasando por lechos e instrumentos. Pero sin embargo, también reparamos – en realidad lo hizo la Marquesa cuando entró en la bodega – que había barriles con hidromiel.

Puesto que aquella victoria lo merecía, me permití beber un rato con mis hombres a la salud de la Alianza, de nosotros y de los caídos el día anterior. Cuando acabamos la escueta celebración, (tampoco quería que se desmadrasen y emborrachasen habida cuenta de que la guerra aún estaba empezando), dispuse que reforzasen las defensas y me retiré a la pomposa cámara personal del caído Rey vrykul, repleta de comodidades, y donde no faltaban piezas de oro probablemente robadas a distintas civilizaciones junto a tapices extranjeros y en la que había una cama más grande que la de cualquier palacio, aunque en cierto modo rudimentaria. Allí fue donde me instalé y comencé a redactar una misiva para hacerles llegar a nuestros aliados nórdicos la conquista de Gjalerbron, en la que ahora rugía el León.

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Está todo dispuesto. He estado por la mañana recibiendo y enviado mensajes hacia Utgarde y Vildervar, donde se encuentran nuestros socios nórdicos. Hemos dispuesto en una estrategia conjunta atacar Skorn desde todas las direcciones posibles, para arrinconarlos y eliminarlos. La victoria de ayer nos ha dado mucha moral, y los soldados están deseosos de volver a matar bárbaros. Por la tarde recibí una escueta misiva del Capitán Adams que me felicita por la victoria y toma de Gjalerbron. Le he contestado prometiéndole que le llevaría la cabeza del Rey Isgerdur cuando acabemos la campaña del Fiordo, que espero que sea esta noche, cuando por fin terminemos con el último foco de resistencia enemiga. El Señor Walster está emocionado, y apenas unas horas antes de partir me ha mandado a Canijo para hablar sobre el contrato que tenía con ellos. Me han propuesto alargarlo durante un mes más, algo que es positivo, pues al principio parecían ansiosos por acabar con su trabajo y retirarse lo antes posible. Le contesté al tesorero de los Coyotes que gustosa les extendería el contrato si no morían hoy.

Finalmente, cuando todas las tropas estaban dispuestas marchamos contra Skorn. Di la orden de que los portaestandartes llevasen bien alto las banderas de la Alianza, y que uno de ellos en particular, portase la pica con la cabeza clavada de Isgerdur. Les animé a hacer todo el ruido posible mientras nos acercábamos. Quería que nuestros rivales supiesen que estábamos ahí, que viesen lo que le había sucedido a su líder, y que esto fuese como un heraldo de lo que les iba a ocurrir a ellos. Justo cuando estábamos arribando detecté llegar por la ruta oriental una fuerza procedente de Vildervar comandada por Vedrfornil, que en estas tierras también es conocido como Halcón. Desde Utgarde también llegaba la Jarl Brynhildr junto a sus guerreros. Por último, y aunque no me sorprendió, llegó Sir Baldrín con un unidad de caballería. Por lo visto, y aunque no se le había dado orden de atacar, había tomado por su cuenta las tropas de Guardia Oeste, dejándola desprotegida y acercado a la lid. Me confesó que probablemente Sir Adams se pondría rabioso. Este caballero es desde luego impulsivo y orgulloso como pocos, pero creo que su movimiento ha sido acertado.

Una vez estaba todo dispuesto para el asalto de Skorn, apareció un vrykul ‘diplomático’, que nos ofreció dirimir el combate a través de un duelo. Los nórdicos parecían entusiasmados con esto, pues para ellos es una ocasión para hacer gala de su destreza y honor individuales. A mí me parecía una soberana estupidez. El semigigante continuó señalando que si él ganaba el combate contra uno de nosotros tendríamos que retirarnos, y de la misma forma, si vencía nuestro luchador, ellos se tendrían que marchar. Por respeto a nuestros aliados, esperé a que la campeona que ellos habían seleccionado, que si no recuerdo mal se llamaba Ystral, acabase de combatir contra su contrincante, que en los primeros movimientos parecía muy igualado en su lucha contra la mujer del norte, pero finalmente fue derrotado. Nada más finalizar el duelo, observé que los vrykul de Skorn estaban realizando los operativos para marcharse, pero no se lo íbamos a permitir.

Vildervar landscape.

Tras tomar Skorn, el Fiordo quedó pacificado.

Los hombres que lideraba Vedrfornil, prácticamente al momento de concluir la lucha, iniciaron el ataque, al que se entregaron también mis tropas tras la señal. Mis colmillarr se apostaron junto a los escudos de los Hombres del Norte para bloquear la salida de los vrykul de Skorn, mientras que Sir Baldrín les azuzaba con la caballería por el flanco. Los Coyotes, mientras tanto, saltaron los muros de madera para poder asaetarlos desde la retaguardia. En un primer momento parecía que los gigantes iban a aguantar, pero no fue más que un espejismo, pues nuestra abundante superioridad numérica acabó por quebrarles por todas partes.La batalla fue desigual y nuevamente no sufrimos baja alguna, mientras que el enemigo fue masacrado hasta el último de ellos. Finalmente Skorn era nuestra y el Fiordo había sido limpiado de aquellas bestias brutas. Tras una somera celebración, decidimos tanto por parte de la Alianza como de los Hombres del Norte darnos unos días de descanso en nuestras perspectivas bases antes de proseguir hacia Colinas Pardas, donde continuaríamos con la campaña militar.

A la vuelta a Guardia Oeste le propuse un plan a Sir Baldrín para que no fuese sancionado y procesado por desacato. Fingiríamos que yo le habría mandado una misiva en la que se le pedía que moviese sus unidades hacia Skorn, pero que por algún motivo, el mensajero que la portaba no logró presentársela a Sir Adams para que la refrendase. No estaba muy segura de si eso iba a funcionar, tan sólo esperaba que el enano se encontrase de buen humor tras nuestro triunfo. Y afortunadamente, así fue. El capitán y comandante de Guardia Oeste nos recibió a las puertas de la fortaleza con una sonrisa de oreja a oreja y un color rosado en las mejillas que indicaba que se había anticipado a todos en la participación de un banquete que nos había preparado, y al que según nos ordenaba, deberíamos asistir. Todos accedimos de buen grado y de paso aproveché la ocasión para mostrarle la fea cabeza de Isgerdur, la cual señaló que la enviaría a Ventormenta como prueba de nuestras victorias en el Fiordo.

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El Capitán Adams está borrachísimo. He ido a realizar mi visita cotidiana al cuartel pero Mark, el guardia de su despacho, me ha dicho que está en cama recuperándose de la resaca. A mí también me duele un poco la cabeza, pero no bebí tanto como él. Es cierto lo que dicen sobre el amor a la cerveza de los enanos, podrían tumbar a cualquiera que se lo propusieran, y el señor Adams, acostumbrado a dar lingotazos aquí en el Norte, parecía más que curtido.

Quise ir a ver al Señor Walster, pero también estaba en estado comatoso por el alcohol, así que me acerqué a la zona de los Colmillarr. Tomowama era abstemio, y tan sólo había dado un sorbo a su jarra de hidromiel antes de excusarse y volver a su tienda. Pareció alegrarle verme con el collar que me habían regalado unos días antes y me invitó a entrar dentro de su carpa. En el interior había extendido una alfombra de piel de colmipala que cubría toda el área y que servía como base para un lecho redondo también repleto de pelajes de animales y un mueble de madera sobre el que reposaba pescado en salazón, iluminado débilmente por una vela elaborada con aceite de ballena. Le pregunté si los suyos nos seguirían acompañando en la guerra, que en esta ocasión tendría su siguiente fase en las Colinas Pardas. El guerrero colmillarr ladeó la cabeza y achinó los ojos como si aquello reflejase una profunda meditación. Me dijo que sí, que estaría orgulloso de seguir luchando a nuestro lado, y que sus muchachos estaban encantados conmigo. Le agradecí enormemente su apoyo, y para volver a sellar nuestra alianza comí su pescado junto a él y bebí de su agua. Hay un detalle que quiero mencionar, y es que los Colmillarr suelen comer su pescado crudo, tan fresco como sea posible, incluso recién pescado del mar.

El resto del día, tras finalizar con Tomowama lo dediqué a descansar y a leer un libro de estrategia militar escrito por de uno de los tenientes de Sir Anduin Lothar, un caballero llamado Lucien de Cathelinau, titulado: Sergas y disciplina militar de Lothar.

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El corsario Jonathan Drake, que recientemente se acogió al perdón del Rey y que fue reclutado por Sir Baldrín en el Cabo Pillastre ha dispuesto sus dos cocas: La Daga y La Chica, al servicio de nuestras tropas. Por disposición del Capitán Adams he embarcado a mis Coyotes Negros y a doce colmillarr liderados por Tomowama, a los que se han sumado once soldados regulares. A pesar de que el Comandante enano aprecia mi victoria y servicios, parece que aún no me confía un elevado número de soldados del ejército, tan sólo los justos.

Jonathan Drake

El corsario Jonathan Drake luciendo la casaca azul de la Armada de la Alianza.

A mediodía, con todo en orden, hemos llegado a Bahía Ventura, en las Colinas Pardas. He recibido información del Jarl Erik Hardrada de que el levantamiento drakkari en esta región está encabezado por una antigua estratega de la Horda, llamada Trisha Lanzanegra. Los pocos oficiales de la Inteligencia de la Alianza me dieron un somero informe en el que se registran sus peripecias y batallas de hace unos cuantos años contra nuestra facción. Aparentemente, es una trol astuta, aviesa y cruel. Ignoramos completamente por qué está acaudillando las fuerzas de Zhuul el Sanguinario. El pater Alfdean está convencido de que no debe contar con el respaldo del nuevo Jefe de Guerra, Vol’jin, pero yo pienso que esto aún no se puede descartar; ya que verdaderamente la Horda se vería muy beneficiada si aunase fuerzas con estos enajenados y consiguiese erradicar la presencia humana de Rasganorte.

Al caer la noche he conferenciado con Sir Baldrín Ventfort, al que por directrices del Capitán Adams de Guardia Oeste, se le ordenaba asegurar Pino de Ámbar. He dispuesto que se llevase la mayor parte del contingente con el fin de reforzar esa posición antes de seguir avanzando hacia el área septentrional de las colinas, mientras yo me quedaría en la bahía junto a los corsarios aguardando los refuerzos de Guardia Oeste, que vendrían en forma de otro destacamento colmillarr y quizás algún militar más. Tendría que hacer presión para que el ‘Petit !@#$%^’, como llaman algunos hombres al Capitán Adams, nos enviase otro pelotón, aunque por el momento confía que con los que somos obtendremos una rápida victoria. Creo que todos subestiman muchísimo a los drakkari. Por esta razón, le he entregado a Sir Ventfort un libreto con detalles acerca de los trols de hielo y su Imperio de Zul’Drak. No obstante, el caballero tiene la impresión de que va a ser un paseo militar. Es un hombre muy impulsivo y demasiado pasional. Aunque critica mucho a los Hombres del Norte, tildándoles de bárbaros, él mismo se parece mucho a ellos en su comportamiento. De todos modos, es uno de los pocos oficiales del ejército en este continente que quedan y hay pocas alternativas para entregar el mando.

Para asegurarme de que no comete ninguna imprudencia, le he dado instrucciones al Señor Walster de que no lleven a cabo ningún movimiento sin antes recibir una orden o mi consentimiento, de esta manera evitaremos que al menos Sir Baldrín emprenda una de sus famosas correrías unilaterales. Sin mucho más que añadir, despedimos a nuestras fuerzas y los que nos quedamos comenzamos a acondicionar el muelle de Ventura y a reparar la infraestructura del lugar.

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A las siete de la mañana ha llegado Matuwa, el hijo mayor de Tomowama, con cinco colmillarr lanceros. Me ha informado que desde Komawa sólo podrán enviar una última ronda más de efectivos hasta dentro de un tiempo, pues necesitaban al resto de su clan para mantenerse. Realmente este kalu’ak es la viva imagen de su progenitor, pero más alto, fuerte y vigoroso. Con el pelaje más colorido y vivaz por la juventud, aunque lleva los colmillos grabados también. Tiene aspecto de ser un guerrero excelente, y los compañeros de armas que ha traído consigo así me lo han hecho saber. Me han contado durante el desayuno – he tenido que comer otra vez su pescado crudo – que abatió él sólo a dos quimeras cuando cumplió la mayoría de edad. Lo cierto es que me he hecho la sorprendida, porque desconozco la dificultad que supone realizar algo así, pero si para ellos es una hazaña, haré que para mí lo sea también.

Unas horas después me he percatado de que Drake y Matuwa han tenido cierto rifirrafe. Por lo visto el hombre-morsa no tiene buena opinión de los antiguos piratas que nos acompañan, por lo que le he referido la promesa que me hizo su padre sobre acompañarnos. Esto le ha hecho reflexionar y me ha garantizado que no habría más trifulcas. A continuación, he hecho lo propio con el jefe corsario, quien con una especie de galanteo barato me ha jurado por el Chápiro Verde que jamás me daría más problemas. Este perro del mar, que se ha hecho la Luz sabe cómo con un chaleco azul de la Armada del Rey Wrynn, es el clásico bandido de agua salada que tiene mujeres en cada puerto y que se piensa que por ser curtido, de ojos azules y melena azabache puede engañar a cualquier muchacha con la que se topa. Lo tendré vigilado de cerca.

Bien entrada la tarde, y con la Bahía Ventura operativa y en calma, he recibido un correo de Sir Baldrín Ventfort. Menciona que anoche uno de nuestros aliados nórdicos fue a Pino de Ámbar para hacerle saber que los Hombres del Norte tomarían Fauceparda y que no tenían intención de compartirla con la Alianza. El fiero caballero, según me cuenta en el escrito, les dijo textualmente: “Que se quedasen con ese tronco podrido”, pues él iba a por la cabeza de Trisha, que según me indicó, había tomado Arroyoplata y acabado con la población local. En ese momento recordé a los locales de ese enclave; algunos de ellos ulfhednar y otros sencillos tramperos o leñadores. Allí también vive (y espero que haya sobrevivido), el escaldo Djorvar, al que tengo aprecio y que nos ayudó durante la búsqueda del Tesoro de Quetz’lun y del Cuerno de Isen.

Puesto que la Bahía estaba ya funcional, tomé a Jonathan Drake y a sus ‘marineros’ para dirigirnos hacia Pino de Ámbar, donde iríamos a establecer contacto con Sir Ventfort y a enterarnos de los últimos movimientos. El corsario entre halagos y adulaciones me preguntó por qué me lo llevaba tierra adentro, pues lo ‘suyo’, era el mar. Le contesté sinceramente que de esa forma no se llevaría los barcos y desaparecería para delinquir de nuevo, ya que estos estarían bajo custodia de Matuwa y su gente.

Ya de noche arribamos sin percances en Pino Ámbar, justo cuando Sir Baldrín Ventfort estaba realizando los preparativos para lanzar un ataque directo sobre Arroyoplata, que contaba con el visto bueno del ‘Petit Cabrón’ desde Guardia Oeste. La estrategia era muy arriesgada, pero todos creíamos que podríamos así asestarle un duro golpe al levantamiento trol, ya que nuestros exploradores señalaban que en el este de las colinas los nórdicos del Jarl Sigurd Nibeljorn habían aplastado un asalto contra su campamento. El pater Alfdaen, un mago de batalla enviado por el Kirin Tor y un caballero de Arathi llamado Zirst Galvan, con experiencia en combatir trols, se le unieron. Di mi aprobación al Señor Walster de los Coyotes Negros para que su compañía se les uniese, mientras que yo me quedaría con los civiles fortificando el refugio en caso de que hubiese un contraataque.

Me acerqué al mirador para observar la marcha de nuestras tropas. Sir Ventfort parecía muy seguro de sí mismo, marchando con el grueso de sus tropas hacia la posición enemiga. Los montaraces del lugar se reunieron conmigo y me sugirieron plantar el camino de trampas al estilo de los nativos, colocando obstáculos y pinchos entre los árboles, cosa que me pareció bien. A pesar de que hacía todo lo posible para atender lo que los locales me decían, mi cabeza estaba en el combate. Tan sólo esperaba que por lo menos lograsen expulsar a los drakkari de Arroyoplata, pero no fue así.

A media noche escuché ruidos del exterior del Refugio y me topé con Albar, el mago del Kirin Tor y con nuestro sacerdote Argenta, ambos estaban heridos y apenas sin aliento. Cuando recuperaron el resuello tan sólo atinaban a decir que había ocurrido un desastre. El asalto de Sir Baldrín había sido un absoluto fracaso, y todos habían muerto en el empeño, tan sólo ellos dos habían sobrevivido. Todos los Coyotes Negros, el Señor Walster, el Canijo, la Marquesa, también Tomowama y los colmillarr junto a los soldados regulares habían caído… No podía ni quería creérmelo. Exigí más explicaciones, pero lo único que añadieron fue que el insensato caballero que los comandó se negó a retirarse cuando la batalla no les era favorable y que continuó combatiendo hasta que Trisha acabó con su vida y lo trinchó en una pica para que su cadáver hiciera de estandarte.

Baldrín

Sir Baldrín Ventfort cayó ante Trisha en la Batalla de Arroyoplata.

Al escuchar las aciagas nuevas, los civiles de Pino de Ámbar empezaron a perder los nervios. Les pedí que se calmasen y que preparasen la evacuación a Bahía Ventura en el caso de que la general de los trol volcase su ira contra nosotros a modo de represalia. Sin embargo, mientras esto sucedía, un montaraz llamado Amaldir nos informó de que había visto a las fuerzas drakkari abandonar Arroyoplata con dirección a Fauceparda, donde colisionaron con fuerzas nórdicas, a las que derrotaron y pusieron en fuga. La campaña en las colinas acababa de dar un giro de ciento ochenta grados y se había puesto en nuestra contra. El desastre y derrota de nuestros soldados nos había dejado con tan sólo un puñado de corsarios y colmillarr, a los que se unirían los defensores del Refugio, guardabosques y gentes de monte. Maldije entonces mi error en confiar los Coyotes a Baldrín y maldije a este hombre también por su insensatez.

Ya de madrugada, con todos los procedimientos de evacuación listos, dispuse que al día siguiente abandonáramos las Colinas para regresar al Fiordo Aquilonal, derrotados. No pude dormir nada, avasallada por la carga de la muerte de mis muchachos, por lo que escribí un correo de urgencia al Capitán Adams informándole de todo lo acaecido. Parece que este conflicto no es desde luego sencillo, y mucho menos, un paseo militar.

Entrada 9[]

He pasado la mañana pensando en los planes de retirada hacia el Fiordo. De momento no hay respuesta de Adams y la gente está muy intranquila. Varios grupos de civiles ya se han retirado a Bahía Ventura guiados por trabajadores forestales. Un montaraz de los bosques ha preferido quedarse con nosotros, el tal Amaldir, que parece conocer la zona como la palma de su mano. Tenemos poca información sobre los drakkari, salvo que están haciendo movilizaciones hacia el Este, probablemente tomen ya Fauceparda, corazón de las colinas y hogar de los fúrbolg. Si logra someterlos, que tal parece la intención de su general, poca esperanza habrá para seguir planteando aquí una resistencia con posibilidades.

A la tarde ha llegado un jinete con un despacho de urgencia desde Guardia Oeste. La noticia es buena; por lo visto Adams se va a tomar más en serio la guerra en esta zona y nos ha enviado cuarenta efectivos más: treinta regulares, cinco colmillarr y otros cinco marineros a los cuales Jonathan Drake conoce y dice que son buenos muchachos. Este hombre no pierde detalle de ningún acontecimiento, y me parece que es muy avispado. Su zalamería esconde una estrategia que aún no he podido dilucidar. Sé cómo son los piratas y no me fío de ellos en absoluto, a pesar de que ahora lleven los distintivos de la Armada Real.

Oímos el sonido de los tambores de guerra trol y el cuerno de batalla de los Hombres del Norte. Amaldir ha partido a investigar qué ocurre. Mientras tanto ha llegado del Fiordo el Teniente Gilens Valon con treinta regulares bajo su mando, para reforzar el Pino Ámbar, que ya cuenta con una fuerza que permitiría defender la posición de un posible ataque drakkari, que por las altas horas de la noche, dudábamos que se fuera a producir. Esto nos permitió un respiro para que más civiles pudiesen retirarse ordenadamente hacia Bahía Ventura mientras que otros prefirieron quedarse para colocar trampas en los caminos del bosque en caso de que se diese un ataque sorpresa.

Entrada 10[]

Esta mañana hemos confirmado que nuestros aliados nórdicos fueron derrotados en Fauceparda y que Trisha se ha hecho con el control del Vordrassil, subyugando a los nativos e incorporándolos a sus fuerzas. Mientras tanto, aún confirmamos que los drakkari permanecen cerca en Arroyoplata y Drak’Tharon. He estado hablando con los oficiales del ejército y creen conveniente que avancemos y recuperemos la población donde fracasó Sir Baldrín Ventfort. El pater Alfdaen parece algo agitado por el hecho de volver al lugar donde se fraguó aquella matanza, pero también piensa que es lo más óptimo.

En esta jornada se nos ha incorporado un druida huargen que parece ser capaz de convertirse en cuervo y realizar sondajes aéreos, algo que me parece muy útil e incluso bastante oportuno. Le pedí que notificase sobre las últimas operaciones trol, y me reportó a su regreso que los drakkari marchaban desde Arroyoplata hacia Fauceparda, para reforzar esta posición de la que estaba saliendo Trisha con un gran ejército hacia la zona donde antiguamente estaba el Campamento de los Páramos de Poniente, adonde habían avanzado los Hombres del Norte, derrotando a un doctor brujo y su guardia de corps.

No perdimos mucho más el tiempo y tomé a treinta regulares más diez auxiliares, para ocupar rápidamente Arroyoplata, que estaba sin defensa. Allí nos encontramos con los cadáveres de los caídos: Coyotes Negros, Colmillarr y algún soldado del Ejército. Estaban destrozados, desfigurados o colgando ahorcados de la arcada principal de madera que da la bienvenida al poblado. Di la orden de que acondicionasen a los fallecidos y que los llevasen, a recomendación del sacerdote argenta, a una pira principal para que allí fuesen purgados de cualquier enfermedad que pudiesen contraer, y despedidos mediante un funeral que el mismo pater Alfdaen ofició.

Cuando los cuerpos se estaban cremando sentí cierto alivio por saber que muchos de ellos ahora estarían en paz y en reposo, aunque lamenté la suerte de ellos. Cuando los colmillarr empezaron a descomponerse en cenizas, Matuwa apartó la mirada de una forma corpulenta, que supuse era su padre, Tomowama. Viendo esto me quité el colgante que me regaló y lo deposité sobre él, en agradecimiento por su compañía y respeto. Este gesto pareció satisfacer a los kalu’ak que me siguieron, los cuales empezaron a realizar una especie de plegaria a sus propias deidades a la vez que nuestro clérigo alababa a la Luz y le pedía que recogiese en su plano las almas de los caídos.

Cuando acabó la sentida ceremonia los soldados se afanaron en reforzar las defensas, que permanecían en buenas condiciones. Algunos no entendían por qué habían dejado sin una guarnición el enclave, y muchos supusieron que era una trampa. Pero desde Drak’Tharon no arremetieron nuestros enemigos y todo se mantuvo en calma toda la noche. Aún estábamos por saber qué había ocurrido con nuestros aliados cuando justo llegó un cuervo enviado desde Oneqwah, donde los nórdicos estaban estacionados. El animal llevaba un mensaje que decía que el Jarl Sigurd había sido derrotado con todas sus tropas masacradas; excepto cinco combatientes que logró salvar tras vencer en un duelo singular a Trisha Lanzanegra. Aquella nueva era preocupante, pues menguaba aún más a nuestras fuerzas y la posibilidad de coordinación. Quizás la trol había movilizado todo el pelotón de Arroyoplata para garantizar una victoria total sobre los Hombres del Norte. Seguimos alerta.

Entrada 11[]

Al amanecer Amaldir ha partido con Jonathan Drake a buscar supervivientes en los bosques. El corsario y el montero parecen hacer buenas migas, a pesar de lo diferentes que son a primera vista, y supongo que también personalmente. Cuando he ido a desayunar huevos fritos con un filete de venado, un soldado me ha entregado un mensaje del pater Alfdaen, que ha dejado el campamento precipitadamente en dirección a Zul’Drak. Lamentaba no haber podido despedirse, pero espero que su marcha sea positiva y que pueda traernos más refuerzos de su Orden. Ruego que su viaje sea seguro y no sea interceptado por el enemigo.

Ya con el estómago lleno he subido a las torres de vigilancia, y tal como los centinelas apuntaban, los trols de Drak’Tharon no parecen dispuestos a abandonar su fortaleza, aunque tememos que sean más pues vemos más antorchas iluminando sus almenas y bastiones. Desde Fauceparda también observamos cierta agitación, pero una que muestra que posiblemente aquella jornada no se realizasen movimientos. De Pino Ámbar me llegó un mensaje acerca de nuestra situación, al que respondí señalando que todo estaba sereno, mientras que indiqué que deberían seguir reforzando aquella plaza con todos los hombres que llegasen de Bahía Ventura, en caso de que se produjese algún choque inesperado.

Casi al mediodía han ido apareciendo civiles que estaban refugiados en los bosques o en cuevas y que habían escapado a la matanza. Uno de ellos era Djorvar, el anciano escaldo, el cual me dio un sentido abrazo entre lágrimas. Me dijo que los titanes aún no habían dictado su hora, y que todavía tenía muchas canciones que cantar. Su regreso me dio una esperanza renovadora, y pensé que no estaba todo perdido ni mucho menos. Aquel entrañable hombre era un ejemplo de supervivencia y ganas de vivir, por lo que no permitiría que ninguno como él sufriese más daño a manos de nuestros enemigos. Puesto que la moral aún estaba muy baja permití que los soldados tomasen una ronda de hidromiel y repitiesen ración de carne. Además, Djorvar les recitó una balada heroica de un tal Fofnir, hijo de un mítico rey enano del norte que se convirtió en dragón, cosa que les mantuvo distraídos.

Entrada 12[]

La mañana se presenta fresca y cada vez menos fría. Parece que los vientos gélidos del invierno en esta zona ya quedan bastante atrás. De esto precisamente se me ha quejado mucho Matuwa, pues dice que hace muchísimo calor para los kalu’ak, y que si la temperatura sigue subiendo tendrían que volver a sus casas, donde mantienen un clima siempre ártico en sus refugios de los iceberg. Esto me ha sorprendido, aunque lo cierto es que ayer mismo diría que pasamos los ocho grados, quizás eso es excesivo para su gente. Espero al menos que resistan unas semanas más hasta que logremos expulsar a los trols de las colinas.

Puesto que a pesar de que no hay movimientos enemigos temo quedar rodeada si los drakkari se hacen con Pino Ámbar, he estado hablando con Jonathan Drake, sobre una posibilidad de regresar a Bahía Ventura empleando el curso del río que pasa cerca de Arroyoplata, que parece navegable hacia su desembocadura en un estuario. Aquello nos permitiría tener un plan de fuga si las cosas se ponen negras. El corsario me ha prometido entre adulaciones que eso estaría hecho antes de que me diese tiempo a pestañear, lo que significa que probablemente esté bebiendo grog con sus muchachos el resto del día, como hizo ayer al regresar del bosque.

Al atardecer llegó al campamento el Teniente Gilens Valon, con una proposición de ir al campamento de Trisha para negociar con ella, pues supuestamente ella solamente tenía asuntos en contra de la Horda; algo que nos parecía chocante, pues había arrasado a parte de los civiles de Arroyoplata y al ejército de Sir Baldrín, aparte de tomado Fauceparda y derrotado a los hombres del Jarl Sigurd. Seguramente aquella misión diplomática iba a ser un disparate, por lo que le dije a Drake – que ya estaba tumbado a la bartola con otros de sus muchachos – que lo siguiese a él y a Amaldir, que haría de guía. Refunfuñó un poco, pero tras colocarse su casaca de la Armada y ponerse coqueto se dispuso a cumplir con la orden. El resto de piratas que se acogieron al Perdón Real tratan al corsario de ‘capitán’, y lo tienen en muy alta estima. Alguno de ellos aún vacila cuando algún oficial les manda realizar algo, pero son mucho más obedientes de lo que esperaba. Todavía les queda algo de ron y doblones, por lo que parecen además contentos a pesar de la que tenemos encima.

Ya de noche y cuando me fui a acostar, me asomé por la ventana de mi cabaña al descubrir que la misión diplomática había regresado. Por lo que pude observar de los gestos del Teniente Valon esta había sido un fracaso, pero me tranquilizó verles con vida. Amaldir, Drake y el mago de batalla del Kirin Tor, Albar, comenzaron a charlar amenamente, lo que revelaba que por lo menos se llevaban bien, aunque Gilens no parecía compartir su ánimo distendido. Creo que la moral de la tropa está más subida, porque a plena noche escuché a marinos y soldados corear a pleno pulmón una canción del mar que el corsario Jonathan Drake estaba cantando, y que recuerdo de haberla oído en Kul Tiras, la cual se titulaba ‘La Dama de Boralus’, si la memoria no me falla.

Cuando acabaron de solazarse con algunos versos más respetaron el toque de queda y todos volvieron a sus puestos a la hora fijada, pero con más energía. Quizás no haya sido un error después de todo traer a los corsarios aquí, pues a pesar de ser canallas a más no poder, tienen una alegría inusitada contra el peligro y parece que se la contagian a nuestras tropas regulares. Tan sólo me queda esperar que sean diestros en el combate.

Entrada 13[]

Corremos peligro de enfrentarnos a un ataque conjunto enemigo, por lo que he intensificado el diálogo con los Hombres del Norte. Uno de sus miembros, Daveth, me ha referido por escrito su situación, y tanto él como yo hemos coincidido en que debemos hacernos con Fauceparda ahora que Trisha salió de allí para castigar una ofensiva del Jarl Sigurd Nibeljorn. Tan rápido como hemos acordado este plan de acción he dado por la tarde ya orden a los hombres de que abandonasen Arroyoplata. El Teniente Gilens Valon es de la opinión de que debemos evacuar a los pocos civiles que queden y quemar el poblado para que no sea de provecho del enemigo. Lo segundo me parece un poco exagerado, aparte de que nos granjearía la enemistad de los tramperos locales, por lo que solamente desarmaremos las defensas principales y nos llevaremos a los más indefensos hacia Pino Ámbar.

Al atardecer hemos partido todo el ejército que había en Arroyoplata junto al que se nos ha unido de Pino Ámbar y hemos coincidido con nuestras fuerzas aliadas de los nórdicos a media milla de Fauceparda. El explorador druida Baltoru que nos acompaña nos informó antes del ataque de que los fúrbolg estaban realizando una revuelta  y que los drakkari tenían dificultades para sofocarla. Aquel era sin duda el mejor momento para atacar, aunque el reto quizás vendría después si Trisha traía consigo todo su ejército para hacernos frente como represalia. Además, no teníamos claro cómo nos recibirían los fúrbolg, pero tenía una idea en la mente que confiaba en que funcionase.

Justo en el preciso momento en el que escuché un ruido fuerte del interior del Voldrassil, junto a la Jarl Brynhildr, dimos orden a nuestros soldados de asaltar el frontón principal, mientras que el montaraz Amaldir y unos enanos que manejaban los morteros abrían fuego contra un grueso de drakkari que salían en tropel. El fuego de artillería devastó a  la primera línea de defensores, permitiendo así a la infantería penetrar en el recinto del gran árbol caído, sin que los fúrbolg lo impidiesen. Ya dentro, se dieron algunas refriegas, pero nuestra gran superioridad numérica nos permitió imponernos sin problemas. Para impedir que ningún trol escapase, bloqueamos las salidas y liquidamos hasta al último de ellos. El plan había sido un éxito y habíamos tomado Fauceparda. Sin embargo, ahora eran los nativos osunos quienes nos miraban con recelo, rodeándonos, pues eran miles y algunos habían estado escondidos en túneles secretos para evitar la sumisión a los drakkari.

Amaldir, Daveth y el señor Albar me acompañaron hacia la base de Vordrassil, donde había un círculo de ancianos chamanes que estaban dialogando en voz baja en su lengua mientras nos acercábamos. A la suficiente distancia reparé en que había un pequeño lago del que emergía una islita de la que crecía un majestuoso árbol, que a prometía ser un retoño pese a su tamaño, como si aquel fuese un germen de un nuevo Voldrassil. Cuando nos vieron llegar, seguidos por varios guerreros fúrbolg, los chamanes permanecieron en silencio, esperando a escuchar nuestra presentación. Según me habían contado días anteriores, especialmente el montaraz Amaldir, sabía que aquellas criaturas adoraban al dios oso Ursoc y a su gemelo Ursol, por lo que pensé que ganaríamos legitimidad y apoyo al presentarnos como los campeones de estas deidades, con el fin de extender nuestra protección sobre ellos, sin sometimiento, alejándonos del modo de actuar de los trols de hielo.

Recordé además que durante la búsqueda del Tesoro de Quetz’lun, Torhild Hardrada nos llevó al Cubil de Ursoc, en el que tuvimos que pasar una prueba para usar un paso secreto que nos conduciría a Zul’Drak. En aquella ocasión, el Dios Oso invocó mis miedos más íntimos para que pudiese vencerlos y así demostrar una fortaleza de espíritu digna de su bendición. Pasé la prueba, y en esos momentos, en los que los chamanes me escrutaban, tan sólo esperaba  que los restos de su dádiva aún permaneciesen en mí. Puesto que los nativos estaban recelosos por lo que les había ocurrido recientemente, los ancianos decidieron someterme a un ritual suyo para verificar que en efecto tenía la bendición de Ursoc y que no les estaba engañando. Para poder realizarlo, despidieron a mis escoltas y me dejaron sola con ellos.
Una vez sola, junto a un círculo de ancianos estos me pidieron que me despojara de la armadura mientras varios de ellos situaban cuatro tótem a mi alrededor tallados en madera y que representaban la cabeza de un oso, con la mandíbula abierta. Con estos objetos formaron una especie de círculo, orientando cada pieza a lo que pienso sería un punto cardinal o una dirección simbólica para ellos. Estando yo ya libre de ropajes me observaron en silencio, pero no con los ojos abiertos, sino cerrados, como tratando de captar mi alma o algo así, no entendía muy bien ese propósito. Con gestos me pidieron que me sentara con las piernas cruzadas, de forma parecida a una postura de meditación y que me quedase quieta.

Entonces, uno de los ancianos de pelaje pardo oscuro junto a otro albino me acercaron un cuenco de madera que contenía una especie de potaje acuoso en el que se entreveían restos de plantas silvestres que a saber qué uso tenían. Me lo colocaron a la altura de la boca y gesticularon para que lo bebiese. Con el rabillo del ojo pude comprobar que otros chamanes estaban empezando a bailar alrededor mío mientras mascaban algún tipo de hoja. El sabor de aquella bebida o infusión era amargo y muy fuerte, realmente horrible. Al tiempo en el que mi garganta peleaba con su sabor, escuché que los fúrbolg entonaban un cántico, y diferencié el sonido de varios tambores tribales resonando en la base del Voldrassil.

Jesabela Ursoc

Jesabela cubierta con piel de oso durante el ritual fúrbolg.

A cada segundo que pasaba todo me iba pareciendo más irreal y empecé a temblar. Una corriente de calor me sacudió la espina dorsal, mientras que mis oídos escuchaban las notas musicales más claras, límpidas. La visión, a pesar de que me estaba mareando era inexplicablemente más aguda y nítida. Traté de aferrarme a la densa hierba del islote en el que encontraba, con el fin de no caerme al suelo, pero en ese preciso instante noté que uno de los hombres-oso me agarraba por los hombros, firmemente, y me colocaba algo en la cabeza, como si fuese una especie de velo. Miré a los colgajos que caían sobre mi pecho y pude advertir que era una piel de oso la que me habían puesto. El olor era intenso y aún se podía sentir el olor a sangre. Los tambores se escuchaban aún con mayor fuerza. Traté de divisar qué más hacían en aquel extraño ritual, pero mi conciencia se apagó cuando todo comenzó a dar vueltas a través de un blasón portátil que mecían con el humo naciente de la quema de algunas hierbas alucinógenas.

Lo siguiente que vi fue como en un sueño. No era una visión, sino que realmente entré en una especie de reino alternativo. ¿Sería ese el mundo de los espíritus al que los chamanes entran? Era como una especie de realidad exaltada, mucho más penetrante pero a la vez más desconcertante que la nuestra. Veía a una hormiga trepar de una distante rama de un árbol con total claridad, justo para que un instante después, mi visión se alzase hacia la lejanía del cielo, donde una majestuosa águila permanecía surcando sus dominios. En aquel mundo de euforia empecé a escuchar los susurros y las voces de los animales, en una cacofonía que me hicieron sentir mucho más perdida. Poco a poco, los sonidos se fueron amortiguando, hasta que tan sólo quedó el sonar de los pasos de un oso sobre la maleza. Me di cuenta que aún estaba en el Voldrassil, pero que dos grandes úrsidos me contemplaban en silencio. Reconocí a uno de ellos, Ursoc. El otro no sabía quién era, pero supongo que debía ser su gemelo, Ursol.

En aquella misteriosa dimensión en la que había despertado, los otros chamanes parecieron sintonizarse conmigo y en sus formas astrales se arrodillaron ante los dos grandes espíritus animales mientras estos me clavaban la mirada. Dos cavernosas voces resonaron en mis oídos, taladrándolos. Escuché gruñidos y el rugido del oso en un principio, pero lentamente, se hicieron audibles y comprensibles sus palabras. “Ya te di mi bendición una vez, y ahora los vuestros venís a liberar a los míos. Vuestra fuerza es la del oso, y vuestra fortaleza está probada. Pues el oso protege, sana y guía en la senda solitaria a aquel que sigue sus pasos.” Si añadió algo más no lo recuerdo. Fue en ese preciso instante cuando todo se volvió negro y se desvaneció.

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Amanecí al día siguiente sobre las once de la mañana en una especie de lecho elaborado con plantas, hojas y troncos, sorprendentemente mullida. Supuse que estaba en una de las casas interiores de los fúrbolg, pues aparte de la cama vi un caldero con carne guisada de venado, una ristra de colgantes totémicos colgando del techo y una especie de utensilios y armas rudimentarias apiladas en un rincón, teniendo sólo como una iluminación un panal de miel vaciado y rellenado con una vela. Daba la sensación de que se estaba en el interior de un tronco, y así era. Quien sea que me haya dejado en ese lugar colgó una suerte de abrigo de una pieza de piel de oso que conservaba la cabeza del animal. De hecho, me parece que era la misma prenda que me pusieron en la ceremonia. De cualquiera manera, y dado que era lo único que tenía me lo puse tapándome como buenamente pude y salí al exterior.

Prácticamente al momento el viento de las montañas me dio en la cara, fresco aunque no gélido por la estación del año. Me encontraba en ese momento en una de las casitas de las plataformas superiores de Fauceparda, y bajo mis pies se extendía hasta la negra base, que no se podía ver desde donde me hallaba, una miríada de luces, casas abiertas en los lados del tronco como si fuesen madrigueras, y un sinfín de escalas, plataformas y escaleras por las que los fúrbolg subían y bajaban, iban y venían.  Todo parecía estar en calma, y dadas las apariencias Trisha no nos había atacado.

Tras un rato de descender a los niveles inferiores y de contemplar las extrañas edificaciones me encontré con Jonathan Drake, quien se hallaba junto a sus muchachos en uno de los porches de las casas, tranquilamente, como si estuviese de vacaciones. Me acerqué a él a pesar de saber que se avecinaba una avalancha de agasajos falsos y le pregunté qué había ocurrido. Cuando él acabó de analizarme de pies a cabeza me contó que los drakkari nos habían cercado por todas partes, y que la Lanzanegra preparaba sus fuerzas en el antiguo campamento parameño y que posiblemente mañana nos atacaría.

En todo caso, eso sería si no lo hacíamos nosotros antes. Con aquella idea me retiré para ir a fraguar la estrategia del día siguiente junto al resto de oficiales y hombres del norte. Eso sí, primero tenía que encontrar mi ropa.

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Los informes apuntan a que estamos rodeados. La estrategia de Trisha es clara: cercar Fauceparda y realizar un ataque conjunto con todas sus tropas. No se lo vamos a permitir. He estado hablando con Daveth y el Jarl Sigurd de los Hombres del Norte, y los tres pensamos que lo oportuno es enviar directamente todas nuestras fuerzas disponibles hacia el campamento de la general trol y sorprenderla allí. Tras finalizar de afinar la estrategia le he solicitado a uno de los ancianos fúrbolg la participación de un contingente de guerreros. Parece ser que el hecho de haber pasado el ritual con éxito me ha sido suficiente como para persuadirle, y con gusto me ha proporcionado una pequeña unidad de veinte belicosos hombres-oso. Comparados con los colmillarr son incluso más grandes y fieros; si bien carecen de la paz contemplativa de la gente de Matuwa y están realmente deseosos de cobrarse la venganza definitiva.

Al caer la noche me he asegurado de que los morteros que llevan unos enanos de Pino Ámbar que el montaraz Amaladir conoce, están bien preparados. También he obligado a Jonathan Drake a ponerse en marcha, aunque no para de repetirme que él no se maneja bien en batallas terrestres; por lo que he dispuesto que le den más munición para que al menos pueda participar con sus hombres a distancia. No estaba segura si me dejaba algún cabo suelto, pero habida cuenta de la hora que era, teníamos que marchar con presteza para sorprender a la Lanzanegra. En plena marcha me detuve a ver a nuestras tropas: se trataba de un ejército bastante extraño compuesto por diversas razas y pueblos de Rasganorte pero que sorprendentemente, unidos por el enemigo, estaba funcionado.

Tras varias horas atisbamos de lejos el campamento de nuestro enemigo. Los drakkari también estaban realizando los últimos preparativos para atacar Fauceparda, pero se lo impediríamos. En el momento en el que más atareados parecían dimos la orden de carga. Los morteros que llevábamos arrojaron una lluvia de proyectiles que impactaron contra los muros defensivos sorprendiendo a nuestros adversarios. Para sorpresa de todos, lejos de atrincherarse, los trol abrieron las puertas y salieron a luchar. En ese momento, recordando lo ocurrido con Sir Baldrín en Arroyoplata, alerté a infantería para que abriese una brecha en las líneas en caso de que Trisha enviase soldados kamikazes, con el objetivo de que no provocase una escabechina.

Así fue, pronto salieron raudos y enajenados un grupo de trols con explosivos (no tengo ni idea de cómo los consiguieron) adheridos al cuerpo, que detonaron justo cuando estaban al nivel del muro de escudos. Afortunadamente, la orden que les di llegó a tiempo y no hubo bajas. Eso nos dio la oportunidad para reorganizarnos y abatir a varios arqueros que permanecían en unas rústicas torretas, mientras la batalla cuerpo a cuerpo empezaba a sucederse. El empuje de los grandes guerreros drakkari, hipermusculados y monstruosos fue detenido por fúrbolgs y colmillarr; que respondieron con similar fuerza. En ese preciso momento, la caballería del Teniente Gilens Valon actuó arroyando por un flanco la principal línea defensiva de los drakkari, mientras que por el otro lado contrario los Hombres del Norte perpetraban una carnicería cruenta contra las filas de nuestros adversarios. Caídos finalmente la guardia de corps de Trisha Lanzanegra esta quedó rodeada y desarmada. Cuando parecía que iba a tratar de escapar, Manala, una nórdica que nos acompañaba, le cercenó la cabeza con su espada, de una forma limpia. Al caer al suelo, el gesto de la trol era de asombro y de desconcierto, como si no pudiese creer lo que había ocurrido. Me recordó en ese momento a la expresión del Rey Isgerdur cuando lo maté.

Tras la muerte de la líder y estratega trol, hubo una pequeña disputa entre nuestras tropas. Por lo visto, el Teniente Gilens Valon quería mantener a Trisha como prisionera para poder canjear prisioneros y recuperar el cadáver de Sir Baldrín Ventfort; para el cual verdaderamente no era preciso intercambio alguno, pues hallamos su maltrecho cuerpo colgado del estandarte de la cabecilla Lanzanegra. Una vez descolgado y limpiado lo tratamos con honores, recordando su sacrifcio y lo incineramos junto con el resto de nuestros caídos en esa batalla. Esto pareció apaciguar los ánimos de Valon, quien se retiró a Pino de Ámbar para informar de nuestra victoria: con la cual esperábamos haber dado un golpe de muerte a la ofensiva enemiga en las Colinas.

El resto de la noche transcurrió con la moral alta e incluso permití a Drake que bebiese un poco y cantase esas canciones de mar que tanto le gustan. Noté que Amaldir y nuestro mago del Kirin Tor enseñaron a fumar pipa al Jarl Sigurd Nibeljorn, quien parecía estar expandiendo sus nociones culturales con bastante buena disposición. Aquello era buena señal, puesto que deberíamos mantener aquella unión a toda costa para poder tomar el asiento de poder de Zhuul en Zul’Drak.

Entrada 16[]

La victoria de ayer ha dejado en efecto al enemigo descabezado y desmoralizado. Teníamos la noticia de que un pequeño contingente trol estaba situado en la entrada de Fauceparda y que quería negociar la paz. Dejando tan sólo una guardia testimonial en el Antiguo Campamento de Páramos de Poniente marchamos hacia el corazón de Voldrassil, no sin antes repeler un absurdo ataque por parte de unos drakkari desperdigados que se vieron en una considerable inferioridad numérica.

Fauceparda

Fauceparda, corazón de las Colinas Pardas.

Lidiado este incidente, llegamos de nuevo a Fauceparda justo cuando el Teniente Gilens Valon hacía lo mismo con más refuerzos de Pino Ámbar. El último contingente enemigo estaba rodeado, por lo que nos enviaron a una joven trol portando un ramo de flores como símbolo de paz y rendición. No tardamos en discutir, pues nadie realmente quería dejar marchar a los drakkari, y mucho menos nuestros aliados fúrbolg. Cuando Daveth Blaurdrum tomó la ofrenda de paz, esta emanó una especie de nube tóxica que le hizo perder el conocimiento. La discusión se tornó entonces en innecesaria, aquello era una trampa. Apenas con tiempo para recomponernos, los últimos drakkari se arrojaron como salvajes contra nosotros, sabían que iban a morir, pero por lo menos parecían querer llevarse a todos los que pudieran por delante. Craso error. Al estar rodeados pronto se vieron asaltados desde retaguardia por una columna de fúrbolgs que salía del Voldrassil, lo que impidió que lograsen atacarnos con efectividad, dando tiempo a infantería y a artillería para destrozarles sin miramientos.

Aquello fue suficiente. El enemigo había sido derrotado completamente, y según nos contaban los exploradores, la fortaleza de Drak’Tharon había sido abandonada, indicando que probablemente sus defensores se había replegado hacia el interior de Zul’Drak; donde con toda seguridad el enemigo plantearía la última fase la de guerra antes de que avanzásemos. De nuevo, se estimaba conveniente una gran celebración para que nuestra gente se regocijase en el triunfo. De una forma muy cordial y hospitalaria, los fúrbolg nos invitaron a entrar a su ciudad, donde nos recibieron con una especie de cánticos de fiesta y el sonido de instrumentos de viento y percusión. A los pocos minutos, enormes bandejas con miel, carne y pescado rondaron las calles, mientras que a las puertas de las casas se colgaban armas drakkari o partes corporales de estos como trofeos de guerra.

En ese preciso instante me sentí muy bien conmigo misma. Me alegraba haber podido ayudar a los diferentes pueblos de esta tierra a liberarse de un yugo maligno como el de Zhuul. Pronto vinieron unos cachorritos fúrbolg a bailar conmigo. De pequeños son muy encantadores y parecen achuchables. No saben hablar común, pero realizan unas onomatopeyas encantadoras para su edad. Todos parecen muy felices y orgullosos de la lucha que realizaron horas antes. En todo el bullicio y ajetreo también tuve oportunidad para charlar con los ancianos, quienes creían que el triunfo era obra de Ursoc y me prometieron que los guerreros que me habían prestado días antes también nos acompañarían a Zul’Drak, cosa que me tranquilizó enormemente. De hecho, el ‘adalid’ de estos fúrbolg combatientes estaba hablando y bebiendo con Matuwa. Eran los dos corpulentos, jóvenes y de estatura similar, aunque el pelaje níveo del hombre-oso resplandecía por la lucecita de un farolillo cercano. Su nombre era Atúrsoc y le gustaba portar una especie de maza enorme en forma de cabeza de oso realizada a través de unos cortes rudimentarios sobre la madera de un árbol, que también presentaba tallada en la superficie todo tipo de símbolos referentes a los dioses oso.

Con poco más que hacer, me dediqué a celebrar la toma de las Colinas y a disfrutar del banquete.

Entrada 17[]

Hace una semana que no escribo en este diario. Los últimos días los hemos dedicado a descansar, a asegurar las rutas de suministros y a elaborar las nuevas tácticas de combate para poder avanzar hacia Zul’Drak. Los pasos hacia el reino trol están descubiertos y los exploradores locales aseguran que no correríamos riesgo de adentrarnos por una de las calzadas principales. De hecho, anteayer vino un emisario desde el Confín Argenta por una de las mayores avenidas principales, para avisarnos de que en Gundrak se estaban amasando grandes ejércitos; cuyo responsable es, como no podía ser de otra forma, Zhuul el Sanguinario.

Le pregunté al hombre cómo era posible que el caudillo drakkari estuviese reuniendo tantas fuerzas de su raza habida cuenta la gran masacre que años atrás provocó la Plaga en el lugar. Lo que me explicó daba sentido a aquel movimiento. Por lo visto, de alguna manera, el Cuerno de Isen había conseguido atraer todo tipo de necrófagos, no-muertos e incluso se habían visto monstruos similares a los ignotos rondando por la zona. Esto no era una sorpresa para nosotros, pues conocíamos por experiencias pasadas que el líder de aquel levantamiento tenía fuertes vínculos con los siervos de los Dioses Antiguos. De hecho, él mismo podría ser uno en potencia. El cruzado añadió además en un tono apabullado que los propios trols de hielo eran una minoría sojuzgada en el bando de Zhuul el Sanguinario, razón por la cual había reclutado toda clase de abominaciones para sus tropas. Lejos de sentirse asustados por aquel informe descorazonador, mis auxiliares se entusiasmaron y pronto empezaron a pronunciar juramentos a todo tipo de dioses y genios mágicos, prometiendo que acabarían con el enemigo.

En estas jornadas de descanso también recibí misivas del Capitán Adams desde Guardia Oeste. Es una persona muy cabezota, incluso para ser enano. Para mi sorpresa me insistió en que no empleara soldados regulares en Zul’Drak, salvo una decena de montaraces y artilleros de Pino Ámbar, y que ordenara al resto tomar posiciones en Arroyoplata y Bahía Ventura, con el fin de mantener bien seguras las rutas. Creo que estas disposiciones se deben a la carnicería que sufrió Sir Baldrín Ventfort contra Trisha Lanzanegra, por lo que el enano no tiene todas consigo como para arriesgarse a perder más soldados del Rey, teniendo en cuenta que dispongo ahora de antiguos piratas, colmillarr y fúrbolg (sin contar además con nuestros aliados nórdicos, que están también entusiasmados por seguir con las luchas). A pesar de que le rogué que me permitiese quedarme con la caballería del Teniente Gilens Valon no me lo concedió, y dispuso finalmente que este quedase en retaguardia “por lo que pudiera ocurrir.” Espero que los cruzados argenta sean al menos unos cuantos y nos refuercen con caballería. Sino, tendría que buscar más refuerzos.

Entrada 18[]

Cada día que pasa esto es más extraño. Cuando estaba desayunando esta mañana pan tostado con miel en Fauceparda hanvenido a verme una comitiva liderada por Matuwa y Atúrsoc: ambos muy ceremoniales y serios. El primero, que habla el Común mucho mejor el segundo me ha dicho que han encontrado aliados potenciales para combatir en Zul’Drak. Aquello era una buena noticia, pero repasando las tropas con las que disponía, estaba segura de que fuera quien fuese, sería exótico y peculiar. Acerté de lleno. Cuando me levanté para encontrarme con los interesados me topé con una especie de hombres-comadreja, parecidos a la especie del glotón, pero con cierta apariencia humanoide. Me recordaron al instante a los gnolls de Crestagrana, aunque estos, como todo en Rasganorte, eran más grandes, corpulentos, peludos y posiblemente diez veces más agresivos.

Eran veinte en total, lucían pelaje negro con rayas blancas y unas zarpas tan largas como mis dedos, muy afiladas. Llevaban una especie de armaduras de cuero y pieles junto a colgantes elaborados con la dentadura de animales salvajes que habían cazado. Parecía que había dos líderes, un guerrero muy corpulento que no parecía avispado y uno de aspecto más anciano con un brillo de inteligencia en los ojos y con aspecto encanecido. Los wolvar – que es así como se llaman - me observaron de hito en hito, con detenimiento, casi con astucia, diría, algo extrañados por encontrarse a una mujer que no tenía pelo en los brazos ni en la cara. Matuwa me dijo que pertenecían a la Tribu Garrafilada, que hacía años había sufrido mucho a manos de los drakkari, y que justo cuando estaban a punto de reconstruir su poblado se habían topado con las fuerzas de Zhuul devastando el área, y que estaban necesitados de ayuda. Me di cuenta que el tono del colmillarr sonaba algo desconfiado, como si aquella raza no le gustase demasiado. Horas después me enteré por Amaldir que esto se debía a que ambos pueblos habían peleado en el pasado y sostenido escaramuzas. No obstante, parecía que tanto unos como otros estaban dispuestos a colaborar para derrotar al enemigo común.

Realizadas las presentaciones, hablé con el guerrero y el anciano, llamados Totjek y Mapjek, respectivamente. El más sabio de ellos tenía más soltura con mi idioma, por lo que pude comunicarme con él fácilmente, apenas con alguna intervención de Matuwa que tradujo alguna palabra mal pronunciada o que desconocía. El pacto que me proponían los wolvar es que lucharían de nuestro lado siempre y cuando garantizásemos que tendrían paz y podrían retener sus tierras de forma independiente, sin que ni Alianza ni nórdicos metiesen las narices allí. Me pareció curioso, ya que no creo que ni el Rey ni Adams tengan ningún interés en su antiguo poblado, a menos que no contuviese ningún mineral ni recurso importante… Aún así, ya que el enano de Guardia Oeste me había dejado sin caballería acepté la proposición de aquellas criaturas, y como se suele sellar los pactos con estas gentes, realizamos un intercambio de regalos. Ellos me entregaron una especie de báculo de madera con forma de colmipala, al que por lo que me pareció tenían algún tipo de veneración. Yo les regalé a ellos un estandarte trol de los que Trisha disponía en su ejército y un imperdible con forma de león que algunos soldados regulares emplean para ajustarse la capa. Estos presentes les apasionaron y en su propio idioma empezaron a soltar gruñidos que eran similares a los de los fúrbolg, aunque Atúrsoc me dijo que eran impresiones mías, pues sus lenguas eran completamente distintas.

Los nuevos auxiliares acamparon en el lado contrario de los colmillarr, quienes también se mantenían a una buena distancia de los corsarios de Drake. Al anochecer, les observé realizando una ceremonia religiosa alrededor de una especie de tótem que simbolizaba un águila blanca, o plateada, en honor a un espíritu que tienen llamado Issliruk, que es así como el dios de la guerra para ellos, o eso me contó en alguna ocasión Matuwa, que parecía encomendarse mucho a él antes de lanzarse al combate. Los demás en cambio permanecían en silencio y mentalizándose para partir al día siguiente hacia Zul’Drak.

Entrada 19[]

Está todo demasiado silencioso y vacío en la entrada de Zul’Drak. Hemos recorrido muchos kilómetros hoy, y nos hallamos justo en un el umbral de una de las calzadas principales, con barandillas laterales con esculturas representando loas y deidades, como si fuese un anticipo de lo que nos espera. A nuestras espaldas quedaban ya atrás las Colinas, y delante nos aguarda el enemigo. Como ya era noche cerrada hemos considerado que no es oportuno continuar hasta que claree el día. Aquí hace más frío que en las regiones más meridionales, por lo que me he tenido que abrigar más. En cambio, los fúrbolg, colmillarr y wolvar apenas notan el cambio y están más ocupados estudiándose los unos a los otros que en preocuparse del frío (Matuwa encima está encantado de que aquí no haya ese ”insoportable calor”).

Entrada 20[]

Por fin hemos llegado al Confín Argenta. Los cruzados han levantado una cúpula de protección mágica con la ayuda de la Luz Sagrada. Justo cuando la veíamos de lejos hemos observado alrededor una especie de fuerza maligna que parecía seguirnos y a punto de abalanzarse sobre nosotros. Dentro del enclave, que está protegido solamente por un puñado de defensores de la Cruzada Argenta, me encontré con un viejo conocido, el explorador Cirstau, que ya nos ayudó meses atrás cuando buscábamos por estas tierras el Tesoro de Quetz’lun. En verdad que me sorprendió ver cambiada Zul’Drak, y en tan corto espacio de tiempo.

La primera vez no eran más que ruinas vacías con algún templete operativo, pero ahora se mascaba una ominosa tensión en el aire, junto a una sensación inquietante que no se difuminaba ni en aquel sitio. A pesar de que mis auxiliares estaban en plena forma, dispuse que ninguno se aventurase de la zona protegida por el escudo, y que tomasen posiciones. Los nórdicos, en cambio, querían acción y tras enterarse de que Zhuul estaba realizando unos macabros juegos en el Anfiteatro de la Angustia, decidieron enviar a tres campeones para batirse contra los del caudillo drakkari. Los Hombres del Norte, que no dejaban escapar una ocasión para luchar en duelos individuales de este tipo estaban encantados con la idea, que seguramente fuera alguna artimaña que nuestros rivales nos tenían preparada. No quise entrometerme en su decisión, así que aparté a los míos y observé a aquellos tres hombres que no volverían más, pues encontraron la muerte en la arena, y lo que continuó después, fue lo que muchos nos temíamos.

En la más negra de las noches vimos llegar una marea de necrófagos y monstruos que se cernían sobre nosotros. Matuwa, Atúrsoc y Totjek ni se lo pensaron dos veces y se presentaron voluntarios para combatir junto a su gente, a la que se unieron los nórdicos y unos pocos cruzados. A pesar de que los no-muertos caían, parecían ganar terreno. Y como el momento no nos era propicio, los oficiales creímos oportuno ordenar la retirada hacia la cúpula, pues apenas teníamos visibilidad. Justo cuando nuestras fuerzas reculaban hacia el Confín detallamos algunos conjuros de magia negra procedentes del otro bando estallar contra nuestro escudo de Luz, debilitándolo. Sin embargo, tras eso, incluso nuestros adversarios se retiraron de nuevo hacia la oscuridad.

Entrada 21[]

El asedio es constante. Los cruzados han dispuesto que nadie salga hoy de la cúpula de protección hasta que coordinemos un ataque conjunto contra Gundrak. Matuwa y Atúrsoc han estado hablando con Drake, intercambiando supersticiones sobre la magia negra de los trols. Creo que tienen razón en muchas cosas de las que dicen; cuando vivía en Tanaris vi de primera mano el vudú de los farrakki y coincido con sus opiniones, aunque en este caso intervienen fuerzas de la Plaga y de los Dioses Antiguos.

Tengo que admitir que detesto todo ese tipo de hechicería que escapa a mi compresión y que me hace sentir indefensa como una niña pequeña. Las vituallas son muy escasas, y nos tenemos que contentar con pan y queso duro, acompañado de una ración de tasajo muy correoso. Lo único que de momento tenemos en abundancia es agua, aunque no creo que para más de dos semanas, si la situación continúa de esta manera.

Entrada 22[]

Matuwa

Matuwa venció en los juegos de Zhuul en el Anfiteatro de la Angustia, dando un tiempo precioso a las fuerzas aliadas para avanzar hacia Gundrak.

Los acontecimientos se están precipitando y hemos decidido marchar con todo nuestro contingente hacia Gundrak. Sin embargo, Matuwa y dos nórdicos más han decidido partir al Anfiteatro de la Angustia para distraer a Zhuul a la par que nosotros avanzamos en sus macabros juegos. Tan sólo espero que tengan mucha suerte y que consigan vencer a aquello que el maléfico déspota drakkari les haya preparado. Salimos a la última hora de la tarde, cuando escuchamos la algarada procedente del gran coliseo de los trols de hielo, a pocas millas del Confín Argenta. Preparamos caballos, artillería, armamento y nos encomendamos cada uno a nuestros propios deidades. Los fúrbolg y los wolvar fueron los primeros encabezando la marcha, totalmente furiosos y deseosos de entregarse al combate contra el enemigo que tanto daño les ha causado. Los nórdicos les siguieron muy de cerca con una fila de berserkers que parecen tan animalescos como mis auxiliares. El olor a putrefacción y a muerte es fuerte y repele al olfato. Los tambores de la guerra son audibles y crean una cacofonía repugnante.

Sin embargo, de repente. Silencio. Me dio una extraña sensación y nos pusimos todos en guardia. Todavía no habíamos recorrido ni la mitad del trayecto; discurríamos por la avenida empedrada principal, y fue ahí donde empezaron a salir montones de no-muertos, necrófagos, aullando de la nada, vomitados desde las entrañas de la oscuridad. Aunque debo reconocer que nos sorprendieron, sus ataques eran débiles y sus movimientos torpes. Demasiado fácil nos fue deshacernos de ellos apenas y como dice la expresión, “sin despeinarnos”. Si en ese momento creímos que habíamos triunfado, estábamos equivocados. De un lateral del camino, donde el pavimento ya había cedido al avance de la vegetación se abrió un boquete de unos tres metros de diámetro, del que empezaron a salir gruesos tentáculos negros que empezaron a arremeter contra nosotros a un ritmo vertiginoso.

A pesar de que di la orden de retroceder para planear el ataque, varios fúrbolg se abalanzaron dando zarpazos y mordiscos. Uno de ellos, especialmente bravo e insensato, directamente se metió dentro del agujero, del que se escuchó un ominoso chasquido, como el de una columna vertebral romperse. No lo volvimos a ver más. A cada segundo que pasaba, por cada viscoso miembro que se amputaba de esa criatura volvían a emerger tres más. La situación parecía empeorar cuando desde el hoyo negro se elevó una boca dentuda y amarillenta que escupió una especie de pus ácido, para después desaparecer a continuación con la misma velocidad con la que se nos había aparecido. El encuentro tan sólo se había cobrado la vida de tres fúrbolg, un wolvar y un par de nuestros aliados, por lo que creímos conveniente seguir avanzando, tras recomponer a las tropas.

Ya de madrugada, y con los debidos respiros tomados pudimos diferenciar difícilmente los torreones de piedra Gundrak, en los que se habían esculpido la cabeza de Rhunok, el loa del rinoceronte que parece ser la deidad principal entre los drakkari. Había una tensa calma, por lo que decidimos acampar allí, en una soledad total. Al día siguiente comenzaría la batalla final, por la que tanta sangre habíamos derramado detrás nuestra. Tan sólo quedaría entonces, vencer o morir.

Entrada 23[]

El amanecer fue frío y apenas imperceptible por los nubarrones negros que cubren el cielo. Las estructuras del antiguo Imperio Drakkari están medio derruidas y recubiertas por manchones de vegetación podrida; por doquier se ven árboles espinosos retorcidos en el paisaje junto a abandonados templos que despiden un aura mórbida que causa temor en el corazón. A pesar de no ser muy devota debo reconocer que he rezado como nunca a la Luz, e incluso le pedí a Drake que le rogase ayuda al Chápiro Verde ese que siempre menciona, por si acaso. Tengo mucho miedo, no lo voy a negar. Me aterra la magia negra, y puedo sentir muchos espíritus a nuestro alrededor observándonos, rozándonos, e invitándonos  a sumarnos a su espectral corte, eternamente vagando por esta región muerta y desolada.

He paseado por el campamento que hemos montado. Cualquier militar serio que lo viese se reiría, pues apenas cumple con los parámetros básicos de cualquier enclave. Una empalizada decorativa lo rodeaba, con alguna estaca, pero que sabíamos que no ofrecería ninguna defensa en caso de que nuestros rivales nos asaltasen. Pero de alguna manera sabíamos que ellos estaban esperando nuestro ataque. Contemplé los rostros de nuestra tropa: aunque había algunos con la moral alta, todos mantenían un gesto solemne de preocupación y de responsabilidad. Sabíamos que hoy podíamos morir, y no solamente eso. Sino formar parte del ejército maligno de Zhuul como sus pútridos sirvientes.

A la hora de comer, y aunque no tenía ningún apetito, tomé una rebanada de pan con pescado en salazón que me supo horrible. Sin embargo, recibí con alegría la llegada de Matuwa, quien nos contó que anoche el Confín Argenta había sido atacado y que el escudo mágico de los cruzados estaba prácticamente destrozado, a pesar de que él había resultado victorioso en los juegos del Anfiteatro de la Angustia, derrotando a los gladiadores viles que se enfrentaron a él. Este colmillarr es extraordinario, ha honrado desde luego a su padre y a sus dioses. Al verme tan preocupada me ha dicho con una sonrisa sentida que no me angustiase, ya que Issliruk, el espíritu del águila plateada que venera como su deidad de la guerra, estaba con nosotros. Esperaba que fuera verdad.

Gundrak

Gundrak en la batalla final contra Zhuul el Sanguinario.

Por fin llegó la hora definitiva. El ejército más dispar formado por soldados de la Alianza, wolvar, fúrbolgs, comillarr, corsarios, enanos y Hombres del Norte marcharon con euforia hacia el portón principal de la fortaleza mayor de Gundrak, donde se había hecho fuerte Zhuul el Sanguinario y que desde cuya cúspide nacía un fulgor fantasmal que rompía las nubes grises del cielo. Al escuchar nuestros gritos de guerra, tras un sepulcral silencio, se abrieron las puertas del castro de par en par, dejando salir oleadas de necrófagos  y criaturas de ultratumba, a la vez que desde un balconaje se dejaba ver el propio caudillo, azuzando a sus tropas. La batalla había comenzado.

Amaldir y la artillería que había traído de Pino Ámbar se colocaron encima de una especie de altar piramidal, desde el que tenían una gran cobertura para disparar a placer contra los monstruos que salían como un enjambre hacia nosotros, tan sólo teníamos que contenerlos. Para ello, vi que los nórdicos disponían un muro de escudos, pero que no resistirían mucho si no les enviaba a mis auxiliares. Por esta razón, ordené al instante a Matuwa, Atúrsoc  y a Totjek que llevasen a primera fila a sus mejores guerreros. Drake, que estaba encomendándose a saber qué espíritu marino me pidió permiso para ir con los montaraces al templete del que estaban disparando nuestros artilleros y sumarse a ellos. Le concedí el permiso a él y a sus hombres, que les gusta estar cuanto más lejos de la carnicería mejor. Supongo que por eso se mantienen vivos tras todo este tiempo.

La primera oleada de no-muertos fue efectivamente bloqueada por nuestras fuerzas combinadas, mientras que arqueros y artillería batían sin piedad a las mareas podridas que se cernían sobre nosotros. Cuando las explosiones cesaron alcé la mirada y observé a Zhuul. Noté que él posaba sus ojos sobre mí. Me recordó de cuando luchamos contra los Kvaldir y me sonrió con sarcasmo, mostrándome el Cuerno de Isen, bien aferrado en sus pútridas manos teñidas de rojo. No supe en  ese instante si ese era su cuerpo real, momificado, o es que era que su malvada alma había tomado la carcasa de otro desgraciado. Mis cavilaciones fueron interrumpidas por el sonar de un tambor grave, casi fúnebre. Tambaleándose hicieron aparición dos ignotos. Estaba claro que Zhuul estaba aliado de alguna manera con los Dioses Antiguos, sino no se explicaba la presencia de estas criaturas, así como la de la masa tentacular que nos atacó la jornada anterior. Como de costumbre, estas abominaciones primigenias atacaron con una brutalidad casi sin precedentes. Lanzando golpes salvajes con sus tentáculos y extremidades lanzaron al aire a varios fúrbolg, de entre ellos a Atúrsoc, el cual fue alzado por las manos viscosas de una de las aberraciones y partido en dos como quien quiebra una barra de pan. Al ver esto, sus congéneres se enfurecieron, lejos de amilanarse, y se engancharon al monstruo hasta conseguir derribarle. Matuwa,  a su vez, lanzó su arpón contra la garganta (o lo que yo creo que era una garganta con una papada de sapo) de este, asegurándose de que el ser caía. Por el otro lado, también los nórdicos se estaban sobreponiendo a la otra abominación. Vi a Erik Hardrada y a Manala subiéndose a lomos de la criatura, asestándole un estacazo mortal, mientras el Jarl Sigurd cargaba contra un necrófago de pesadilla que se interponía ante él.

Los minutos pasaban y los muertos alfombraban el pórtico de entrada al palacio de Gundrak. Afortunadamente para nosotros, el enemigo era de lejos el que peor parte se estaba llevando y de hecho Zhuul se vio obligado a intervenir junto a un grupo de brujos que lo asistían desde la terraza sobre la que contemplaba la batalla. Una ráfaga de aire frío precedió a una oleada de bolas y haces de luces violáceas que llovieron sobre nosotros. A pesar de que había algunos cruzados con nosotros, estos no pudieron hacer mucho para repeler los hechizos, que redujeron a un montón de cenizas y piezas negras de carne a aquellos sobre los que impactaron. Cuando empezamos a retroceder para reorganizar las líneas observé a Harald Torfasson y aRebekka Ravencroft que invocaron conjuntamente una bola de fuego que chocó contra uno de los torreones del palacio, haciéndolo caer contra el balconaje donde estaba el caudillo drakkari y sus hechiceros, que se vieron obligados a retroceder hasta el interior, dándonos un tiempo precioso para continuar con el asalto.

Rápidamente, tomamos los niveles superiores de la ciudadela, hasta afrontar lo que sería una suerte de torre del homenaje, completamente negra y que reverberaba de una magia maléfica y que parecía retorcerse antinaturalmente. A sus pies nos aguardaba Zhuul junto a sus cuatro brujos. Parecían estar dispuestos a acabar con todos nosotros a pesar de que les sobrepasábamos en número. El déspota emperador caído sonreía como un demente, y sostenía bien aferrado el cuerno elaborado con conchas que fabricó el legendario Isen. Antes de que pudiéramos cargar, lanzó un sortilegio arcano que derribó a  varios de nosotros, yo misma incluida, que nos dejó tendidos en el suelo de piedra. Sin embargo, al ver que nos derrumbábamos, el resto de nuestras fuerzas combinadas se lanzó a la carga, de forma imprudente pero muy visceral, logrando hacer cachos a los magos negros, que sin embargo antes de morir se llevaron a varios de los nuestros por delante empleando sus oscuros conjuros.

Tan sólo quedaba Zhuul, despojado de toda asistencia adicional, armado únicamente con el artefacto que le había permitido convocar a sus ejércitos. Estaba dispuesto a soplarlo una vez más, pero Daveth Blaudrum se lo impidió, pasando sus hojas por su nefario cuello y derribándolo de un golpe contra la piedra negra de la torre donde se había ocultado. El derrotado caudillo se llevó las manos a la herida y observó con una mueca sombría la sangre negra saliendo de ella a borbotones.

En sus estertores, antes de dar su último respiro soltó una tenebrosa carcajada que resonó entre las cámaras abandonadas de Gundrak, de forma histérica y que evidenciaba la rabia de su fracaso.  Zhuul, que ya había sido derrotado siglos atrás por el Rey Ymiron volvía a morder el polvo. Esta vez por las razas libres de Rasganorte y de los propios descendientes de los vrykul organizados en Alianza y el Pacto de Sangre. Su tiranía había durado poco, y nosotros, victoriosos, recuperamos el Cuerno finalmente.

¡Ah! ¿Que qué ocurrió con el Cuerno de Isen? Bueno. Eso ya es una historia para otro día. Tan sólo sabed que ahora descansa seguro en un lugar del que no podrá ser robado jamás, por el resto de los días y hasta el fin de la historia misma...

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