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Bosque del Ocaso

Todo empezó en el Oscuro y tenebroso Bosque del Ocaso, más concretamente en el pequeño pueblo situado al este del Bosque del Ocaso llamado Villa Oscura. Ya había caído el Sol, y ciertamente, si por el día ya era oscuro, por la noche no solo lo era mucho más, sino que también ponía los vellos de punta solamente adentrándote por esos caminos. Solo los valientes o imprudentes se atrevían a ir por aquel bosque al caer el Sol, eran tantas las leyendas y tantas las aberraciones que acechaban los caminos, que casi era imposible no ir con temor.

Se podría decir, que este relato empieza por una valentía, o una imprudencia, juzguen ustedes mismos…

Esa misma noche, en una pequeña y envejecida casa por los pasos de los años, pero acogedora situada en las afueras de Villa Oscura, residía la familia Nightlight compuesta por los padres y tres hijos, dos de ellos, Bryan y Alice los que ya llegaron a su mayoría de edad, habían dejado la casa para vivir en Ventormenta. A diferencia de ellos, Roxas, el menor de los tres, aún vivía en la casa con sus padres. Pero no era por puro placer, sino por ser menor de edad con casi quince año, poco podía hacer a esa edad aparte de ayudar a su padre en el trabajo de albañil, cosa que nunca hacía, prefería tirarse todo el día en la calle con su grupo de amigos.

Juliett Dewert, una mujer hermosa de pelo moreno que le llegaba por el cuello, uno ojos de color esmeralda y con un semblante que parecía joven, de una mujer de unos treinta y pocos. Pero aun que ella jamás lo decía, detrás de esa hermosura se escondían cuarenta y cuatro años. Juliett era la madre de Roxas, que como casi todos los días, había salido a la puerta de casa para llamar a gritos a Roxas para que volviera ya a casa, este siempre estaba en la calle con sus amigos o metiéndose en problemas, Roxas era un experto en meterse en problemas. No sería la primera vez que Juliett pensaba en atarlo en la silla de casa y no dejarlo salir, se metía constantemente en problemas una y otra vez desde muy pequeño, y no había manera de que asentara la cabeza.

Roxas se acercó a casa a paso lento con las manos en los bolsillos y con cara de pocos amigos, muestra de su desconformidad ante la llamada de su madre. Juliett negó y añadió:

-No me vengas con esas, ya sabes qué horas son Roxas, así que pasa a dentro- Roxas bufó y le replicó:

-¡Pero mamá, nunca me dejas quedarme más tiempo con mis amigos! ¡Es injusto!- Juliett se apoyó en el marco de la puerta y le señalo con el dedo pulgar hacia dentro de la casa indicándole que entrara.

-Ya sabes que opino sobre eso, ve a dentro y no me vengas con esas, que todas las noches me dices lo mismo Roxas- Roxas se cruzó de brazos y le miro con cara seria sin moverse del lugar.

-¡Pues yo quiero estar más rato con mis amigos, quieras o no quieras!- Le dijo gritando a pulmón ignorando a los vecinos que a esas horas estarían en la cama y serían capaces de lanzarle un zapato como si de un perro se tratase para que se callara.

De dentro de la casa salió un hombre que se apoyó en el marco de la puerta. Tenía cierto parecido con Roxas, pelo corto y moreno con alguna que otra cana, unos ojos castaños, una tez pálida por la poca luz de la zona, y con una apariencia de unos cuarenta y algo años. Era el padre de Roxas, Alfred Nightlight, que este miró a su hijo sonriendo mientras negaba con un cabeceo.

-Hijo, por hoy ya has tenido bastante, entra, cena y mañana te levantaras pronto para seguir divirtiéndote con tus amigos- Roxas resoplo dando por entender que las palabras de su padre no le habían hecho cambiar de parecer. -¡Sí claro, que mañana Matt no estará! ¡Bah, más tarde vuelvo!- Matt era el hijo del herrero del pueblo, era su mejor amigo desde muy pequeños, eran casi como hermanos. Roxas tras decirles eso a sus padres, se fue corriendo hacia las afueras de Villa Oscura, haciendo caso omiso a sus padres.

-¡Roxas, por la Luz, vuelve aquí ahora mismo!- Al ver que no les hacía caso, tanto Juliett como Alfred fueron corriendo tras él, habían vivido toda la vida en ese lugar para saber del peligro del bosque y por eso no iban a consentir que se fuera a sus anchas a las afueras del pueblo a esas horas de la noche. Corrieron varios minutos hasta que por fin consiguieron alcanzar a Roxas en medio de uno de los caminos del bosque, Alfred le cogió y le dio una bofetada en el moflete. -Deja de comportarte como un niño pequeño, puede pasarte cualquier cosa por aquí hijo- Dijo en voz baja enfadado, no era conveniente gritar, a no ser que quisieras tener compañía indeseada. Roxas con la mano en el moflete enrojecido, miró a su padre con lágrimas más de rabia que del dolor, este apretó los dientes y sin pensarlo le replicó:

-¡Yo solo quería estar más rato con mis amigos, nunca me dejá…!- Alfred le tapó la boca antes de que pudiera terminar la frase, pero ya era demasiado tarde. Alzar la voz allí podía traer consecuencias nefastas. Tanto Roxas como sus padres se quedaron callados, esperado que por lo más sagrado no hubieran llamado la atención de ningún a bestia de la zona.

Pero por desgracia en lo más profundo del bosque, se escuchó un aullido que se podía diferencia de un lobo corriente, solo podía significar una cosa. Huargens salvajes…

Los tres se quedaron completamente paralizados, como si un hechicero les hubiese congelado allí mismo. Alfred llevo su mano a la empuñadura de la oxidada espada del cinto y con un movimiento silencioso desenfundó sin apartaba su vista aterrada de los alrededores.

Delante de él, Alfred pudo diferenciar entre la oscuridad del bosque, dos ojos en los que se podía leer las ansias de sangre de ese ser, era imposible no reconocerlos se trataban de ojos huargens. Sin apartar la vista de los ojos del huargen, le dijo entre susurros a su mujer:

-Cariño, por lo más sagrado, salid de aquí. Rápido- Lo dijo con una voz temblorosa y llena de terror. Juliett miró a su marido negando con un cabeceo mientras las lágrimas le recorrían el rostro.

-No…No, no puedo dejarte aquí cariño- Le costó que sus palabras salieran de su boca por el miedo. Alfred contempló como donde hasta hacia poco había solo un par de ojos ahora había tres pares, se giró hacia Juliett y le miro a los ojos.

-Salid de aquí ¡Ya!- Juliett miro a los ojos a su marido, pudo ver como una lagrima le recorría el rostro. Juliett no quería apartarse de él por peligrosa que fuese la situación, pero en ese mismo instante noto como algo tiraba de su mano era Roxas que llorando le pedía que se marcharan de allí. Juliett cerró un segundo los ojos mordiéndose el labio inferior y tiró del brazo de Roxas con intención de correr hacia Villa Oscura con intención de ir a un lugar seguro, pero era tarde, los huargens se situaban en mitad del camino también. Por dura que le pareciese la idea, a Juliett no le quedó otra que esconderse en el bosque. Se lanzó a correr al bosque y mientras corría giró la cabeza hacia su marido. Pudo presenciar con un gran dolor como los huargens se lanzaban en manada a atacarle, Alfred se defendía como podía con la espada oxidada pero fue desarmado con un rápido zarpazo de uno de los huargens. Juliett giro la vista al frente, no podía ver lo que iba a ocurrir a continuación, pero no pudo evitar escuchar los gritos de su marido de piedad y agonía. Poco después, los gritos cesaron, Juliett dio por hecho que su marido había tenido un fatídico final ante la sed de sangre de aquellas bestias sin corazón.

Juliett siguió corriendo como si le fuera la vida en ello con Roxas todavía cogido de la mano mirando a todos lados del bosque, deseando por lo más sagrado que los huargens la hubiesen dejado en paz. Juliett, cansada, decidió descansar y tomar aliento en mitad de un claro del bosque. Roxas estaba también cogiendo aliento apoyado en sus rodillas mientras lloraba como nunca lo había hecho antes, ni siquiera cuando casi se abre la cabeza cuando se lanzó desde una calle empinada de Villa Oscura hacia abajo con un carro hecho de madera por él y sus amigos, gracias a la Luz solo termino con una paleta rota y se llenó de moratones y rasguños por todo el cuerpo.

-Tranquilo Roxas, veras como papa está bien, veras…Veras como volveremos sanos y salvos a casa- Juliett aun que le costaba aceptarlo, sabia completamente que su marido había dejado este mundo, pero no era el momento ni el lugar idóneo de irse con sinceridades.

Entonces, a sus espaldas escucho el crujir de una rama, en ese momento sintió como un escalofrió le recorría por la espalda, se giró rápidamente y observo que se trataba de un huargen, cogió a Roxas y se lo puso detrás suya retrocediendo poco a poco, pero chocó contra algo, pensó que se trataba de un árbol, lamentablemente se trataba de otro huargen, pudo ver al huargen con calidad, era mucho más grande que ella, tenía en la cara una cicatriz de garras en el ojo derecho y unos amarillentos y afilados dientes. Juliett coloco a Roxas delante de ella y lo abrazó con fuerza retrocediendo varios pasos mirando a su alrededor. Estaba completamente rodeada, sin posibilidad de escapar.

El huargen de la cicatriz dio varios pasos hacia ella y rápidamente le cogió con una de sus garras del cuello sin dejarla respirar mientras con la otra le arrebató a Roxas de sus brazos cogiéndolo por la camisa.

-¡Roxas!- Grito ahogadamente mientras el huargen la sostenía por el cuello. El huargen de la cicatriz miró a la mujer enseñando todos los dientes y la lanzó a un lado mientras sostenía por la camisa a Roxas, este no paraba de moverse intentando liberarse de su captor. El huargen de la cicatriz se quedó mirando a Juliett un par de segundo y después dirigió la vista a Roxas, acerco sus fauces al chico y le dijo claramente con una voz grave.

-Tú llamar nosotros cena…Nosotros agradecer- Juliett se sorprendió que supiera hablar, había escuchado rumores de que algunos huargens salvajes sabían hablar pero no tuvo la desgracias jamás de ver uno, le hubiera gustado que hubiese seguido así. El huargen cogió a Roxas por la sien sosteniéndolo en el aire mirando hacia su madre. Roxas sin dejar de llorar mirando a su madre, se retorcía agarrando las zarpas del huargen por un intento inútil de liberarse de él sin éxito alguno.

El huargen soltó un leve gruñido y los huargen que los rodeaban se lanzaron rápidamente sobre Juliett, Roxas no pudo apartar la vista al estar sujeto por el huargen, cuando cerró los ojos para no ver la terrible imagen ya era demasiado tarde para él, había visto más de lo que hubiera querido ver. El huargen lo soltó y Roxas cayó al suelo de rodillas con las manos en la cara llorando desconsoladamente.

-Tu jugar juego, divertir mucho- Dijo mientras lo cogía de la camisa y lo lanzaba varios metros a un lado.

-Este ser juego, tu correr, nosotros pillar- Roxas estaba en el suelo retorciéndose del dolor debido al golpe que se había dado contra el suelo, alzó la mirada al huargen y con las pocas fuerzas que le quedaban se levantó torpemente y salió corriendo del claro. El huargen lo miro huir y espero pacientemente, sabía perfectamente que solo tenía que guiarse de su olfato para atraparlo.

Roxas, mientras corría como podía, miraba a todos lados aterrado con las pulsaciones a mil por la situación en la que se encontraba y la perdida de sus padres. Como si de un milagro se tratara, pudo ver a lo lejos el rio que separaba Elwynn del Bosque del Ocaso, dio gracias que fuese verano y el caudal del rio estaba bajo para poder cruzarlo rápidamente, con suerte podría lograr cruzarlo antes de que los huargen le cogieran. Pero a sus espaldas pudo escuchar cómo se le acercaban la manada de huargens. Roxas miró a su alrededor en busca de algún lugar donde esconderse o evitar que le cogieran, sin pensárselo demasiado escaló el árbol más cercano y se sentó en una de las ramas rezando a la Luz que esas bestias no supieran escalar. Los huargen se detuvieron bajo el árbol mirándolo desde abajo.

-¡Bajar o subir!- Dijo el huargen de la cicatriz. Roxas completamente aterrorizado, intentó subir más arriba del árbol, pero uno de sus pies resbaló cayendo al suelo, por suerte, el árbol no era de gran altura. Los huargens se acercaron a él y lo olfatearon, negando uno de los huargens con la cabeza indicando que estaba muerto se marcharon.

Roxas al poco rato, recuperó la consciencia. Le dolía terriblemente la cabeza y pudo comprobar palpándose la cabeza como la mano estaba llena de sangre, mantuvo una mano a la cabeza intentando que dejara de sangrar y torpemente se dirigió al rio para cruzarlo, por suerte era estación seca y el caudal del rio estaba muy bajo, lo suficiente para cruzarlo sin nadar.

Cuzo el rio tambaleándose hasta llegar a un camino, allí mismo la vista se le nubló y las piernas le flaquearon cayendo de rodillas y tras un par de segundos perdió la conciencia desplomandose en el suelo.

Un fin, un principio.

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